El Periódico Mediterráneo

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Carlos Tosca

VIVIR ES SER OTRO

Carlos Tosca

La verdad y la memoria

Recordar es un ejercicio a veces tan imaginativo como puede serlo escribir ficción --un cuento o una novela--. Curiosamente lo hacemos sin darnos cuenta. Se disparan los mecanismos de la inventiva cuando creemos que solo se abren las compuertas de la evocación. De normal carecemos de documentación en la que apoyarnos. Puede que alguien lleve un diario y disponga de anotaciones al respecto, quizá disponga de alguna foto o al comentarlo con alguien refresque lo que sucedió. Pero lo habitual es que sea un mero ejercicio del pensamiento propio, aferrado a la memoria pura y dura (impura y blanda, diría yo).

Hay una máxima según la cual siempre somos protagonistas de esos recuerdos. En la reunión familiar o de amigos, nosotros soltamos la frase crucial o tomamos la decisión que dio importancia al instante. En otras palabras, nos otorgamos el papel principal en la película de nuestra vida. Me parece muy bien esto, a fin de cuentas, salvo un puñado de personas, que son las que escriben la historia de la humanidad, no es justo, no es igualitario, el que los demás pasemos desapercibidos y se nos obvie por completo. Qué menos que tomarnos medio en serio a nosotros mismos.

Y es que ese proceso íntimo, personal, que a veces ni siquiera sale de nuestras cabezas, el ejercicio de recordar, no es más que una muestra de nuestro tiempo, en el que todos somos importantes, todos contamos, nuestra experiencia es tan vital como la del presidente de Naciones Unidas, Leo Messi o el mismísimo Putin (de las narices). No me vengas con que soy menos que la reina de Inglaterra (que en paz descanse, pobrecita, que ya iba siendo hora de que el chaval setentón se ciñera la corona), el presidente del tribunal supremo (sea quien sea este señor, porque seguro que es un hombre, mayor y con cara de pomelo) o el sursuncorda.

Vivimos en el mundo de la importancia del «yo». Es tanta, y no hablo solo de las redes sociales, que está contaminando hasta la literatura. Este verano dejé a medias una novela porque, tras más de cien páginas, el autor seguía contándome cómo llegó a la historia que narraría luego, sus andanzas con el editor, su relación con las personas que vivieron lo que iba a contar. Yo, yo, yo… Yo, me, mi, conmigo.

A veces, me dan ganas de escribir una columna ofreciendo en vena el pensamiento de mi vecino del cuarto y no sobre aquello que pueda interesarme a mí. Por llevarle la contraria al mundo, caramba.

Volviendo al principio, esto de la memoria ha funcionado siempre así. No es cosa de estos tiempos actuales tan centrados en uno mismo, pero la tendencia al egocentrismo ha empeorado la situación, bastante.

Opiniones

Eso nos lleva a la validez de las opiniones. Ahora llega un tipo que se ha leído cuatro novelas en su vida y te dice que Las ciegas hormigas de Ramiro Pinilla es una basura, aburrida. No te suelta que a él no le ha gustado, no, te dice que es una mierda y punto pelota.

Cuando veo un cuadro de Rothko me cuesta horrores comprender cómo puede valer millones, soy incapaz de asimilar por qué ha adquirido la consideración de genio. En una palabra, no me gusta; por mucho que sus obras cuesten fortunas, no colgaría una de ellas en el pasillo de casa. Y ya está. No digo más porque de arte pictórico moderno entiendo menos que poco. No pasa nada por expresar una opinión, pero no estoy autorizado a sentar cátedra porque carezco de elementos de juicio.

¿La memoria? Ah, sí, la memoria. De eso iba esta columna de hoy. Parece que la mía falla porque me he ido por las ramas. Además, al final he soltado mi opinión, contradiciendo por tanto lo expuesto más arriba. Me encanta.

Editor de La Pajarita Roja

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