El seísmo del 11 de marzo acaba la era de la posguerra e inicia la del posdesastre, opina Takashi Mikuriya, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Tokio. Por delante queda un colosal esfuerzo económico y la incógnita de qué Japón va a resultar. El país devastado por las bombas atómicas en 1945 era tres décadas más tarde una potencia económica y tecnológica, pero el cuadro actual no invita al milagro. La economía japonesa se gripó en la década de los noventa. Encadena crecimientos exiguos y recesiones que se han tragado a primeros ministros a ritmo trepidante. El patrón adolece de vicios estructurales. El pasado año asumió como inevitable que China le relevará como segunda economía mundial.

Los desastres naturales no implican grandes cambios econó- micos en los países desarrollados, porque el impacto inicial se compensa con el repunte del gasto en construcción. El contexto, sin embargo, es delicado. Se discute si el seísmo representa la catarsis para emprender reformas o si certifica su defunción como líder económico. "No creo que esta crisis sea clave. Soy optimista sobre la capacidad de recuperarnos rápidamente, pero no creo que se acometan las reformas necesarias", dice Masami Imai, director del Centro de Estudios Asiáticos de la Universidad de Wesleyan (Connecticut).

El precedente es el gran terremoto de Kobe, en 1995. Tres años después era solo un recuerdo doloroso. Las estrechas callejuelas y viejas casuchas son hoy modernos bloques y grandes avenidas levantados con los más altos estándares de seguridad. Pero la factura actual triplica a aquella y Tohoku, la zona devastada por el seísmo, no es Kobe.

PESCA Y AGRICULTURA Ha quedado afectada una gran extensión con baja densidad de población, se han destruido muchos pueblos y ciudades pequeñas. Hay una población muy envejecida y gran dependencia de la pesca y la agricultura. "Es difícil que recupere el nivel previo", señala Lluís Valls, profesor de Sociología de la Universidad Ritsumeikan de Kioto. Mucho después de que la contaminación radiactiva desaparezca, el estigma impedirá ganarse la vida a agricultores y pescadores.

Tohoku concentra puertos, acereras, refinerías de petróleo, plantas nucleares y fábricas de componentes. Las empresas han sufrido cortes de producción. Toyota, que no recuperará su plena actividad hasta diciembre, ha dejado de ser el mayor fabricante mundial. Cabe añadir las infraestructuras y ciudades que deberán ser reconstruidas. Tokio calcula los costes en 210.000 millones de euros. Es el desastre natural más caro de la Historia.

Algunos expertos sugieren que se deberán incentivar las actividades basadas en la creatividad intelectual y penar las que consumen los escasos recursos naturales del país. Los males son conocidos: inestabilidad política, ingente deuda pública, consumo interno débil, escasa diversificación de la industria y, en especial, el envejecimiento demográfico. La población en edad productiva ha caído de los 87 millones de 1995 a los 80 actuales. En el 2050 serán 50 millones. La expectativa de vida es de 83 años. En el 2030, casi uno de cada tres japoneses superará los 65 años. El cuadro se agrava porque, a diferencia de otros países desarrollados, la inmigración es mínima. El tsunami ha acentuado el debate de si Japón puede seguir blindándose al mundo.

"La inmigración requiere una visión a largo plazo más allá de la urgente necesidad de más mano de obra, pero está claro que necesitamos nuevos recursos económicos para el cuidado de los más mayores. La inmigración es un elemento más para aumentar la productividad", opina Masami Imai. A la vez, la relajación de las políticas de inmigración acabará con la milenaria tradición aislacionista que ha permitido la conservación de una identidad única.