Santiago Segura define a Juan Luis Galiardo --fallecido el viernes a causa de un cáncer de pulmón devastador-- como el Marcello Mastroianni español y esa es una definición, salvando estilos, películas y directores con los que trabajó, más que precisa. Como el actor italiano, Galiardo supo ser en la pantalla galán y canalla, entrañable e hipócrita, pícaro y tipo duro. De hecho, en su larga fase como galán del cine español desde mediados los años 60 hasta más o menos el fin del franquismo, Galiardo personificó una nueva forma de galán que nada tenía que ver con el tipo atractivo y engominado que rompe corazones femeninos. Si fue galán, que lo fue, Galiardo debe ser recordado como un galán duro e incisivo, un tipo ciertamente expansivo que sabía darle otra dimensión a los personajes parcos que le cayeron en suerte en títulos como Novios 68, Las nenas del mini-mini, El apartamento de la tentación, Pepa Doncel y El juego del adulterio.

Ya en esa primera época de cine comercial, el actor mostró inquietud por otros directores menos afines a la doctrina del régimen y hacia otras maneras de trabajar en el anquilosado cine español de la época. Así, estuvo a las órdenes de Carlos Saura en Stress es tres, tres, y de Jaime Camino en Mañana será otro día, un retrato de dos jóvenes delincuentes en el que Galiardo compartió protagonismo con su pareja cinematográfica más recurrente en esa época, Sonia Bruno.

El inicio de la transición le pilló en películas tan radicalmente distintas como Comando Txiquia, de José Luis Madrid, imposible reconstrucción de los preparativos del atentado a Carrero Blanco; Novios de la muerte, un drama de sangre y venganza rodado por Rafael Gil y ambientado en la Legión, y Clara es el precio, un relato de sexualidad turbadora firmado por Vicente Aranda.

Galiardo se entendió bien con José Luis García Sánchez y Rafael Azcona, y en películas como Pasodoble, El vuelo de la paloma, Suspiros de España (y Portugal) y Siempre hay un camino a la derecha pudo desarrollar un nuevo estilo de interpretación más arraigado con el esperpento que tan bien dominaban el director y el guionista. Eso le daría pie a trabajar con Luis García Berlanga en Todos a la cárcel o con Francisco Regueiro en Madregilda, una sátira descarnada de Franco y el franquismo, tendencia a la que Galiardo se apuntó desde uno y otro lado del espectro político, ya que también intervino en Y al tercer año, resucitó, comedia sobre el supuesto retorno del dictador escrita por Fernando Vizcaino Casas.

QUIJOTE // Pocos personajes le cuadraron tan bien al llegar a la cincuentena de edad como el del desencantado detective Pepe Carvalho, al que dio vida en 1990 en Los mares del sur, de Manuel Esteban, que no es la mejor adaptación de una novela de Manuel Vázquez Montalbán, pero gracias a Galiardo si es el mejor Carvalho cinematográfico posible. Tampoco fue un mal Quijote en la versión dirigida por Manuel Gutiérrez Aragón (2002). Y Fernando León de Aranoa le debe mucho en su debut: el trabajo de Galiardo como el padre de la familia impostada es de lo mejor de Familia y una de las interpretaciones más logradas del actor. H