Ante la primera página en blanco de esta historia musical, voy avanzando en el tiempo desde los años sesenta, cuando realmente empieza mi participación directa en ese mundo y se detiene como ante una montaña de circunstancias varias en los ochenta. Hablo del siglo XX, claro.

Refiriéndome a los grupos musicales, los dos grandes de los 80, en España, diría que son Mecano y El último de la fila. En solistas o cantautores, aparece ante mí el nombre de Joaquín Sabina. Los tres han hecho los mejores discos y recitales a lo largo de sus difíciles carreras y se han impuesto a los demás por su calidad, alcanzando fama internacional y sabiendo conectar cada uno con un público distinto. El suyo. Lo de Sabina tiene la aureola de su huella, no solamente musical, sino de modo especial lo social, su vida privada. Lo cierto es que tanto la aportación de Mecano y El último de la fila, al igual esos grupos como el solista Joaquín Sabina, han influido notablemente en la música popular que se ha desarrollado posteriormente --desde ellos-- en nuestro país. Lo mío empezó mucho antes, ya digo que en torno a los años sesenta del siglo pasado.

LIBRERO. Hasta mi incorporación entusiasta como librero en la Casa Armengot, con mis intentos de actuación pública, música y teatro, se fue fraguando mi ardor creador en la soledad de mi despacho como primer secretario de la OAR, la Obra Atlético Recreativa. Inconscientemente fui adquiriendo una relevancia en tiempos en los que asistía también el muy joven Paquito Andreu que ensayaba tocando el violín en la peluquería (barbería) de su padre en la calle de Enmedio, junto al local de los carruajes de Toribio. El violinista compuso un bolero que titulamos Fuente de la plaza Mayor. Una delicia que encantó a los grupos musicales de la época. Y me convencieron, padre e hijo, para que yo escribiera un texto que encajara con las notas de la partitura. Sin falsas modestias, todo encajó tan perfectamente que empezó a sonar muy a menudo en las emisoras de radio y me obligó a ingresar previo examen en la SGAE, la Sociedad General de Autores de España. A nadie extrañó aquello ya que yo ya me movía en torno al mundo del teatro y de la radio desde mi juventud, a través de actividades parroquiales de Santa María y del Obispado, a través de la OAR.

No quiero olvidarme de que tanto Paquito como yo mismo, éramos muy felices trabajando en el pequeño despachito del taller del señor Manolo Nebot, que también participaba además corrigiéndonos algún verso que había salido torcido. Nuestro grupo o equipo creador, fue capaz en aquellos años de convertirse en autores de la comedia musical titulada La fiesta del barrio, una obra en tres actos que, interpretada por el grupo de teatro de la OAR, estrenamos en el espacio teatral del Salón San Pablo. Se representó también en una sola función en el Teatro Principal. Aunque parezca extraño, conservo todavía en algún cajón de mi casa de despacho una grabación de la crónica elogiosísima que hizo pública mi amigo Crescencio López del Pozo, Chencho, desde los micrófonos de Radio Castellón, de la Cadena Ser.

Con la efervescencia de aquellos sucesos, conseguimos que aparecieran también tres piezas musicales más, tres pasodobles que dedicamos a los tres populares toreros castellonenses de aquella mágica etapa. Son los pasodobles dedicados a José Luis Ramírez, Antonio Rodríguez Caro y Fernando Zabalza. Su interpretación por la Banda Municipal en días magdaleneros de corridas y por las orquestas de música bailable en cualquier local público fueron motivos más que notables para que nosotros pudiéramos presumir de ello.

EL HOSTAL. Bueno, después de toda esa actividad pública primera, propició que para la Magdalena de 1962, el alcalde Eduardo Codina me eligiera para participar como responsable de publicidad de la Junta Central de Festejos y, como consecuencia, por la indicación de los altos cargos de la misma, Álvaro Nebot, Carlos Murria y Víctor Beltrán, que aceptara como empresario responsable del parador entoldado que titulamos y bautizamos como Hostal de la Llum, el mágico local que se instaló ya aquel año en la plaza del Huerto de Sogueros, junto al pasaje del arquitecto Vicente Traver Tomás.

Después de la primera gran sorpresa y el reto que ello llevaba consigo, no tardé en encontrar la colaboración de Alfredo Monfort para que se encargara de la dirección del bar y, al año siguiente, la también incorporación de Pepito Ribes para poner en orden todo el tema de los asuntos económicos de aquella aventura.

Lo cierto es que desde el viernes anterior al Pregó y hasta el domingo final, el Hostal de la Llum funcionó todos los días, con fiestas y atracciones por las tardes para la juventud, y auténticas galas de gran empaque por las noches.

Estas próximas semanas iré recordando los nombres de los artistas e intérpretes que fueron participando en los diez años que duró el Hostal. Pero empiezo por recordar a quien, maestro musical de RTVE, vino desde el primer momento para dirigir las orquestas que acompañaban a los intérpretes que llegaban sin director musical. Se trata del vila-realense Rafael Beltrán Moner que, con el tiempo y desde entonces, no he dejado de celebrar sus éxitos. Ahora, acaba de ser nombrado Hijo Predilecto de Vila-real y el Ayuntamiento lo ha hecho responsable de la creación de una pieza musical para dar vida y color al 400º aniversario de la beatificación de Sant Pasqual, que tuvo lugar el 19 de octubre de 1918. Me agrada citarlo como mi primer personaje de esta historia musical, tan querido entre los vecinos de Vila-real.