No es inhabitual en quien esto escribe salir a almorzar con amigos antes de ponernos a la labor, o a poco de iniciarla. Este rito gastronómico supone intensificar la camaradería y la ilusión por el trabajo. El almuerzo amical es una práctica muy enraizada en la tradición gastronómica valenciana y forma parte de la idiosincrasia del pueblo, campechano y participativo, merced al delicioso producto agroalimentario, y a la cordialidad del carácter de las gentes. Sin ir más lejos la semana pasada nos reunimos para dar cuenta de este ágape mañanero el doctor Pepe Broch, el pintor Pepe Forner y el autor de esta columna. Sin duda, para este trío de castellonenses, como para tantas otras personas, almorzar es un acto vital para el organismo y una fiesta para los sentidos y del compadreo dialogante y, fundamentalmente, para vivificar la amistad.

Si cordial, animado y jaranero fue el gaudeamus, no fue menos provechosa la actividad cultural que le sucedió (en verdad el almuerzo no fue más que un prólogo zarzuelero para la ópera cultural que vino después). Contemplamos la excelente exposición de Pinazo en el Museo de Bellas Artes, que aconsejo visitar, y la de Angélica Sos en Las Aulas que ya no puedo recomendar porque ha concluido. Diálogo fértil, cordial, creativo, sugerente e ilustrativo, ante las piezas expuestas, entre tres personas amigas (el sentimiento agiliza la revelación de ideas) ilusionadas con la actividad. Y sin ponerme sentencioso, habré de citar a Cicerón: «¿Qué cosa hay más grande que tener a alguien con quien te atrevas a hablar como contigo mismo?».

*Cronista oficial de Castellón