No cabe duda de que desde el dominio del fuego por el ser humano el mundo ha seguido progresando y haciendo la vida diferente. (El paso de lo crudo a lo cocido fue el paso de la naturaleza a la cultura). Pero basta un fenómeno astronómico simple para recordarnos lo poco que somos. No somos nada… y los pequeñitos menos.

EL FRÍO reinante, las nevadas, aludes e inundaciones que estamos presenciando o sufrido han hecho reaccionar nuestra sensibilidad al apercibirnos de qué poca cosa somos.

Inerme ante las amenazas y fuerzas de la naturaleza, el ser humano se encuentra impotente y desorientado para hacer frente a la adversidad. Pude sentir esta impresión en un terremoto de fuerte intensidad que sufrí en Centroamérica hace algunos años: la incapacidad total de reaccionar ante el fenómeno.

Es cierto, como decía Pascal, que «el hombre no es más que una caña, la más débil de la naturaleza; pero es una caña pensante…» Y esa es su fragilidad y su fortaleza. Darse cuenta del peligro, saber que uno ha de morir; esa es su grandeza. Algo así canta el coro de Antígona: «Muchas son las maravillas del mundo; pero, de todas, la más sorprendente es el hombre», capaz de las cosas más sublimes, pero también de las más abyectas.

DE VEZ EN CUANDO, la naturaleza, tan dadivosa con el ser humano, se enfurece en una batalla desigual para incitar, tal vez, nuestra humildad y hacernos reflexionar sobre nuestras limitaciones.

*Profesor