De nada le sirve a la canarinha medirse a Serbia sabiendo quién puede ser su adversario en el primer cruce a cara o cruz. Y uno de ellos puede ser Alemania, con su alargada sombra del 1-7 en Brasil 2014. El llamado Mineirazo que consiguió degradar el Maracanazo a segunda mayor tragedia nacional. La seleçao es rehén de su historia. Las cinco estrellas cosidas en su pecho le impiden salir a especular y elegir a la carta el rival en los octavos de final. Ni la torcida, ni la prensa brasileña entenderían cualquier jugarreta que manchase su expediente y expusiese los temores del grupo.

El fantasma alemán asombra a diario Brasil desde hace cuatro años. El 7-1 (el marcador del ganador se sitúa siempre al frente en Brasil) ya se incorporó al lenguaje cotidiano como una expresión sinónimo de desastre o de vergüenza. «No podemos pensar en esto ahora mismo, toda nuestra expectativa está en ganar a Serbia», señalaba ayer Tite. Calculadora en mano, a Brasil no le queda otra opción que ganar para evitar sorpresas. Su clasificación no está garantizada. La más que probable victoria suiza (o incluso con empate) ante una desahuciada Costa Rica, combinado con un tropiezo brasileño ante Serbia le dejaría fuera del Mundial.

«El equipo se está armonizando, crecimos en la segunda parte contra Costa Rica, pero aún necesitamos ajustarnos y tenemos margen de mejora», reconoce Tite. Lo cierto es que la seleçao aún no se ha encontrado consigo misma en este Mundial. Sigue viva, porque se ha encomendado a los goles y al timón de Coutinho, ante un Neymar disperso y maniatado por su propia irascibilidad.

SERBIA, A UNA CARTA / A Serbia solo le vale la victoria. «Nada es imposible; Brasil tiene debilidades y las intentaremos explotar», señala su técnico, Krstajic. El discurso de la épica impera en el vestuario balcánico. «Somos serbios, estamos 200% preparados. Con dedicación y un poco de suerte podemos obrar el milagro», señala Milinkovic-Savic, nacido en Lleida y uno de los futbolistas más determinantes del equipo.