El sábado le vi sentado solo y meditabundo en el palco del Sardinero cuando todavía faltaba media hora para el inicio del partido. No sé si habrá sido su peor temporada desde que es presidente del Villarreal. Puede que no. Pero de lo que sí estoy seguro es que ha sido el año en que Fernando Roig ha recibido más decepciones, digamos de índole afectivo. Un molesto runrún le lleva machacando la cabeza desde hace semanas. Y él, pese a su imagen de hombre duro y gran empresario, es una persona extremadamente sensible, quizás porque pone pasión en todo lo que hace.

He escrito en esta columna, que consideré excesiva su salida a la palestra para defender la figura del entrenador a los cuatro vientos porque el presidente del Villarreal se ha ganado la credibilidad suficiente para situarse por encima del foco de las iras de la afición. El entrenador es una pieza muy importante de la maquinaria, pero Roig es el alma del proyecto.

Cada silbido que ha salido de la grada o los gritos de protesta en contra del Villarreal le han afectado muy directamente. Para un hombre que es capaz de hacer cualquier sacrificio para ver en directo a los juveniles, al filial B o C y al primer equipo si la agenda lo permite, es duro observar como existe división en un club tan pequeño. Vamos, sería aquello de si somos pocos y encima mal avenidos, poco futuro nos espera.

Su idea, proyecto y planificación apunta a dos o tres años vista, momento en el que quiere que el Villarreal llegue fuerte económicamente para formar un equipo muy competitivo, justo cuando la mayoría sufra los efectos de la crisis y los desmanes económicos del fútbol. El presidente contemplaba descender un peldaño, pero ni en el peor de sus pensamientos se situaba estar en la jornada 14 a dos puntos del descenso.

La figura de Garrido ha generado una división en la familia amarilla que a nadie se le escapa. Es demasiado evidente. Yo he defendido su trabajo, entre otras cuestiones porque los resultados estaban ahí y el técnico ha hecho frente a una serie de dificultades que gran parte de la grada no ha querido analizar. Pero tampoco quiero pasar por alto que el Villarreal ha perdido ahora ese sello genuino del fútbol vistoso y ofensivo del que yo siempre me he sentido admirador y defensor. Y quiero apuntar que esta plantilla ha bajado un escalón que le impide competir con garantías con clubs del potencial del City, Bayern o Nápoles, o los Barça, Madrid y ahora el Valencia en España. Sí, pero existe calidad y talento para pelear entre los 8 primeros, incluso sin Rossi.

De igual forma que para mí es incomprensible esa crispación y ese mal de altura del nuevo rico que se vive en el Madrigal. Un club como el Villarreal cada año que juega en 1ª División debe disfrutarlo con pasión. Si encima compite en Europa, es como tocar el cielo con las manos. Y si en el bombo de la Champions existe una bola que pone Villarreal CF es para frotarse los ojos y pensar que se ha vivido un sueño después de una comida con caviar y cava francés. Así lo pienso y así lo escribo, porque ahora considero que la situación es crítica y al Villarreal le hacemos falta todos. No lanzaré cábalas sobre un supuesto interés de un sector del plantel en echar al técnico, porque me parece tan ruin que si lo creyera así, lo denunciaría de forma clara. Yo apelo a la profesionalidad de este equipo y pienso que de esta situación al Villarreal lo tienen que sacar los pesos pesados como Marchena, Senna, Nilmar, Ángel, Borja, Diego López, Gonzalo, Zapata, Bruno... Y si existen rencillas internas entre el técnico y algunos de ellos, es momento de solucionarlas ya por el bien del club y aparcar orgullos o egos inútiles. Mi debate no es Garrido sí o Garrido no, mi única preocupación es el Villarreal después de la derrota en Santander y cómo se produjo. Y la aspirina que acabe con el runrún de Roig la debe prescribir el Madrigal. Ahora hay que salir del fango ¡ya! H