El modelo de liderazgo ha sido objeto de numerosas teorías descriptivas de las distintas formas de dirigir un grupo. Lippit y White formularon la suya, siguiendo las tesis de Lewin en los años 40. Autoritario, paternalista, democrático, participativo y por último el laissez-faire (dejar hacer) eran los estilos que configuraban su visión del liderazgo. Podría decir que he vivido en diferentes ámbitos situaciones que se adaptan a la clasificación de Lippit y White. Todos tienen cosas buenas y malas y pienso que la clave está en la habilidad e intelilgencia en la aplicación de los mismos. Sin embargo, nunca he creido en el autoritarismo como método y lo considero una forma de liderazgo para situaciones concretas, pero que desgasta la cohesión de los grupos y genera tensiones capaces de destrozar el buen funcionamiento de los mismos.

Precisamente, ese modelo ha sido el que ha empleado Juan Carlos Garrido durante sus casi dos años al frente del Villarreal. Y el que le ha pasado factura durante gran parte del último año. La idea del anterior entrenador se basaba en una dictadura que giraba alrededor de su figura. Todo estaba bajo su control en un modelo en el que solo existía un general y no habían oficiales. Solamente cabos y soldados. Y logró exprimir al máximo al futbolista durante un tiempo, pero su carácter obsesivo acabó produciéndole un fuerte desgaste personal que derivó en un ambiente irrespirable dentro del vestuario, como el propio Garrido no ha dudado en reconocer en ámbitos privados. Un liderazgo en el que sus propios auxialiares sentían la presión de la mirada de Garrido, quien llegó a tirar tanto de la cuerda que se quedó sin el respeto y el aprecio de sus jugadores. Ese ha sido su gran problema y el detonante de su fracaso, al margen de los muchos problemas que tuvo que afrontar, mientras en la grada se criticaban los cambios o los planteamientos, todo cuestiones superficiales en comparación con la gran cuestión de fondo: un liderazgo autoritario erróneo. Garrido no era un mal entrenador, algo que reconocen la gran mayoría de sus jugadores, incluso hombres como Joan Capdevila. Sí, pero su modelo de dirección está en desuso en los tiempos actuales. Ya he visto fracasar estrepitosamente a mucha gente que eligió el ordeno y mando con malos modos y maneras para imponer una autoridad que escondían sus complejos.

Y se fue Garrido y llegó la liberación emocional. La libertad entró en la caseta. Se volvieron a escuchar risas en las comidas, el médico, los fisios y el preparador físico se a atreven ya a decir el buenos días con la garantía de no sentirse un delator de las intimidades de la caseta y gente como Nilmar, Senna, Marchena o Borja Valero han recuperado la alegría. Garrido llegó a pedir al vestuario que ganaran por él, cuando pienso que debían de ganar por el Villarreal.

Molina no ha cambiado nada. El mismo once, la misma ubicación de los jugadores... Y sin embargo todo ha cambiado de forma radical.

Es difícil un cambio tan grande en un equipo de fútbol. Ni el mal sabor que dejó el empate ante el Valencia a cuatro minutos del final, oscurece la gran actuación colectiva e individual de muchos jugadores del Villarreal. Así, sí. Ese es el camino. No sé si Molina es un buen entrenador o no. Lo tendrá que demostrar. Hasta es posible que Garrido estuviera más preparado técnicamente que él. Digo es posible, porque acaba de empezar, pero lo cierto es que ha apostado por un modelo de liderazgo democrátivo, puede que participativo y con algunos tintes de paternalista. Solo con ese cambio en la dirección el Villarreal ha empezado a funcionar. Pese a todos los problemas y a algunasa carencias, existe calidad y talento para estar entre los ocho primeros sin inventar la pólvora. Otra cuestión es competir en una Liga con Madrid, Barça o Valencia. Un repaso a Lippit y White es recomendable. H