Querido lector, son días de campaña electoral, de reflexión y votación. Pero, más allá del tópico, si escuchamos allí donde el pueblo se expresa en libertad, en las fábricas y las universidades, en los bares, en los andamios, etc., veremos que muchos ciudadanos manifiestan que están hasta el gorro de las elecciones y la política.

Pero ojo, como en España tenemos pasado franquista, quiero aclarar que quienes así opinan no son fachas ni enemigos de la democracia. Son, simplemente, buena gente que puede estar insegura o mareada, pero con razón. Y es que, durante estos últimos años, especialmente en los de la crisis, han sufrido la pérdida del empleo o parte del salario. Incluso, han visto como su bien más preciado, sus hijos, han pasado de la escuela o la universidad al sin futuro del desempleo sin prestación y a la desesperanza. En definitiva, se trata de seres humanos que se sienten abandonados y se preguntan por las razones que han hecho que en esta sociedad se instale la pobreza y la desigualdad, se defienda más a los banqueros que a los humildes vecinos y se aprueben leyes y decisiones que van en contra de la mayoría y del bien común. Realidad que hace que esos gobiernos y sus políticas lleven la pobreza a unas cifras que no se arreglan con la solidaridad y erosionan la legitimidad y el arraigo de los poderes públicos.

Querido lector, no estoy dramatizando. Soy realista. Lo que pasa es que, la actualidad, no camina por la senda del bienestar. En cualquier caso, no padecemos ninguna maldición bíblica y el trance tiene solución. Aunque eso sí, el imprescindible remedio reclama que se cumplan un par de detalles: que se vaya a votar y, en todo caso, que no se vote a los partidos de las derechas. Dada la situación, la indiferencia o la abstención consciente sería algo así como aceptar la desgracia de la patria y de sus ciudadanos o, peor aún, seria como colaborar con quienes la fomentan. Además, el respaldo a las derechas y sus políticas neoliberales supondría ignorar que son parte de los problemas que sufre España (reforma laboral, mala financiación autonómica, ley Wert de educación, etc.) y no de la solución. Sobre todo porque no son portadoras de las herramientas que, como el diálogo y la concertación, son imprescindibles para abordar las transformaciones que la España del siglo XXI necesita. En última instancia, en un mundo que pasa del capitalismo industrial al capitalismo financiero cuyos objetivos se alejan de las necesidades humanas, solo un gobierno de izquierdas puede pilotar y asegurar que la necesaria refundación de la democracia se haga sobre la base de mas participación y mas justicia social. H

*Experto en extranjería