Pasó el referéndum y los españoles se dispusieron a estrenar constitución. La ley de leyes que iba a establecer las bases de la convivencia democrática en un Estado que se marcaba como prioridad asegurar las libertades y garantizar los derechos humanos. Todo un logro para un pueblo, el español, que dio muestras de su madurez democrática. Así lo expresó Su Majestad El Rey quien dijo que la Constitución Española, la primera que disfrutaban los españoles tras cuarenta años de dictadura, iba a ser garantía de concordia, una aseveración que hoy puede parecer reiterada pero que en 1978 era muy importante ya que significó que España salía por fin de la pesadilla del enfrentamiento de la guerra civil de 1936.

Y como los políticos tenían mucho que decir a sus conciudadanos, se sucedieron también los artículos de prensa elogiando la responsabilidad cívica de la que habían hecho gala los españoles, en general, y los castellonenses, de forma especial, ya que el índice de votantes que apoyaron la Constitución sobrepasó ampliamente el setenta por ciento. Y en aquel clima de euforia política irrumpió una de las personalidades que más iban a dar que hablar en los años venideros. Se trató del joven abogado Antonio José Tirado Jiménez, quien había pasado del Partido Socialista Popular del profesor Enrique Tierno Galván al PSOE que lideraba Felipe González en Madrid y que en el País Valenciano intentaban dirigir Josep Lluís Albinyana y Joan Pastor, entre otros dirigentes. Tirado publicó un artículo en Mediterráneo en el que con el sugerente titular de Por fin, puso en valor la Constitución votada el seis de diciembre como un magnífico instrumento para ganar la concordia y la convivencia de los españoles.

Con el clima de euforia constitucional que se vivía, los castellonenses recuperaron el pulso de la vida cotidiana en aquel pórtico de las fiestas navideñas que pese a la crisis se prometían animadas y divertidas. O por lo menos era lo que decía la abundante publicidad comercial que aquellos días inundaba las páginas de los medios de comunicación. Y también en aquellos días se celebró la solemnidad de la Inmaculada, patrona de la Infantería Española muy festejada en el Regimiento Tetuán XIV donde hubo parada militar, misa de campaña y banquete extraordinario para la tropa. Todo ello en presencia de las primeras autoridades provinciales que aún no habían salido elegidas por las urnas. El general gobernador militar, Luis Caruana ejerció de anfitrión en una festividad tan señalada para las fuerzas armadas españolas. Por su parte, los vecinos de la calle Alloza, el antic carrer d´ Amunt, celebraron la fiesta anual en honor a su patrón Sant Nicolau, con misa, sermón y procesión que salió de la pequeña capilla urbana que se ubica en esta antigua calle castellonense. Fiesta por todo lo alto en uno de los viales más entrañables de un Castellón que se resistía a perder sus tradiciones más antiguas y donde se dieron cita familias entrañables como la saga de Els Porcar o la familia Pardo, conocidos como Los Pipas.

También fue actualidad, en aquellos días, el nombramiento de una comisión que iba a velar por la conservación del patrimonio histórico artístico de la provincia, tan rico y tan mal conservado. Formaron parte de aquella comisión conocidos castellonenses como el delegado del Ministerio de Cultura en Castellón, José Solernou Lapuerta, el arquitecto Manuel Romaní, el profesor y sacerdote Ramón Rodríguez Culebras y el profesor Antonio Gascó Sidro, auxiliados por el funcionario Cervantes Martínez. Su primer trabajo fue elevar el expediente para la protección de cuatro santuarios emblemáticos que se localizan en el interior más agreste y bello de la provincia de Castellón como Sant Pau de Alboc sser, Sant Joan de Penyagolosa, La Mare de Déu de la Font de Castellfort y la Mare de Déu de la Salut de Traiguera. Por lo menos, tuvieron buenas intenciones.