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Vaciar un pueblo

Vaciar una casa familiar es todo un poema. Durante mi vida he tenido que hacerlo en cuatro ciudades y en una docena de viviendas. Siempre queda una densa nostalgia que te recuerda el tiempo vivido en ellas y los objetos que se han ido perdiendo y que no volverás a ver. Y si la casa ha alojado tu infancia o adolescencia, la impresión es mayor.

Ahora que se habla tanto de la España vacía es tiempo de valorar sin demora la estancia y la salida de un pueblo, que no es tan solo la salida de una casa. Quizá a quienes no han vivido en un medio rural les resulte difícil valorar lo que ello supone: lugares, personas, recuerdos, muertos y vivos. Aún está en mi memoria la imagen de una familia, en tierras leonesas, cuyo pueblo desapareció bajo las aguas de un embalse. La nostalgia y los recuerdos les hacían sufrir largas noches de insomnio e interminables días de tristeza, amén de dolorosa incertidumbre sobre el futuro.

El Gobierno, los gobiernos, han de provocar una revolución en este sentido. Leía que en la provincia hay 45 poblaciones en situación crítica de despoblación. Ha de propiciarse un pacto de Estado para evitar este éxodo forzado y crear una nueva ruralidad, dotando a estas poblaciones de servicios y de buenas comunicaciones. «No hay pueblo español, chico o grande -decía Azorín--, que no encierre una enseñanza». Pero nadie puede enseñar si desaparece.

*Profesor

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