El despertador no suena. Dormimos hasta que el sol nos dice que es de día (siempre nos quedará Barricada). Las mismas caras, los mismos gestos. Amigo mío. Quiero ser más rápido que ella y sorprenderla con un buen desayuno. No lo consigo.

Tras tomar algo me pongo a teletrabajar. Con indignación compruebo en mis carnes cómo las mentiras gubernamentales afectan a la realidad. ¿Recuerdan las ayudas prometidas a bombo y platillo por el molt honorable la semana pasada y su carácter de extrema urgencia? Pues bien, se publica en el DOGV algo más sobre ellas. Se ha publicado que se publicarán más adelante en un Decreto. No es broma. Me partiría de la risa si no fuera para llorar. ¿Cómo se come eso? ¿Sazonado con el libro rojo de Mao? Muchas son las ayudas prometidas para empresarios y autónomos. Pero no pasan de eso. Promesas. Palabras. Parole, parole, parole…

Sé que es un baile salvaje. Combato a mala cara y veo todo en blanco y negro, en blanco y negro.

Nos ponemos con los deberes. La web Mestre a casa no funciona. Los profesores del colegio nos tienen que mandar las tareas de nuevo por correo electrónico. Ya no me enfado. Paso de todo. Me centro en las tareas. Más tarde leo en la prensa que sigue faltando material sanitario para tratar esta crisis. El Gobierno trabaja (si a lo que hace se le puede llamar trabajar) muy mal. Creíamos que teníamos el mejor sistema de salud del mundo, pero no era verdad. No es verdad. Lo que teníamos, y seguimos teniendo, es a los mejores sanitarios del mundo. Médicos, enfermeros y auxiliares entregados, sacrificados y muy bien formados. Tanto el Ministerio de Sanidad como las Consejerías Autonómicas del ramo (así como los directores hospitalarios nombrados a dedo por su ideología y no por su currículum) no han sabido gestionar esta situación en tiempo y forma. Han demostrado su incapacidad, su inutilidad y sus miserables vergüenzas.

Se ha hecho público que casi todo el gobierno está contagiado y que a algunos ministros se les ha hecho el test dos veces (quién sabe si más). Pero hay miles de sanitarios que aún no han podido hacérselo. Cientos de miles de ciudadanos con síntomas que no saben si tienen el virus o un simple resfriado porque, para ellos, no hay test. Millones de votantes estamos más que cabreados. Esto lo han de pagar. Y los palmeros que defienden lo indefendible, también.

La ciudad parece distinta, y lo es. Añado.

A medio día mi mujer baja a comprar a Mercadona. Tenemos la despensa vacía, pero no solo eso. También tenemos vacía el alma. Ella está hastiada de todo. Necesita desconectar, ahuyentar fantasmas. Este encierro nos va a pasar factura psicológica a todos. Comemos lasaña de carne, canelones con trufa y lasaña de salmón. Cada uno escoge la bandeja que más le gusta. Las raciones unipersonales son un gran acierto. Todos somos iguales a ojos de Roig, menos mal.

Por la tarde nos sentamos ante la tele. Vemos el telediario y nos ponemos a cien. A mil. No soportamos más mentiras. Es hora de poner Netflix y alejarnos de la realidad. Esa perra sin corazón que nos quiere ver encerrados y humillados en casa. Y que de hecho así nos ve. Por la noche mi hijo mayor cocina. Prepara, con algo de ayuda, unos perritos calientes que quitan el sentido. Con sus panecillos, su mostaza y su kétchup. El día acaba bien. ¡Mi familia es la hostia! Ha pasado otro día en el que no he escrito ni una sola línea de mi nueva novela. ¡Maldito virus!

*Escritor