CD Castellón - Primera RFEF

Bob Voulgaris y Henry Taylor-Gill: Vidas cruzadas por el Castellón

Las trayectorias vitales de Haralabos Voulgaris, dueño del club albinegro, y el periodista Henry Taylor-Gill coincidieron el domingo en Castalia una década después de que el joven aficionado lo tomara como referente. Esta es la historia

Voulgaris y Taylor-Gill, en imágenes de archivo.

Voulgaris y Taylor-Gill, en imágenes de archivo. / Manolo Nebot / Mediterráneo

Enrique Ballester

Enrique Ballester

Todavía hay buenas historias que comienzan con un libro. En este caso, el libro se titula La señal y el ruido y la historia la coprotagoniza Henry Taylor-Gill quien, casi una década después de leerlo, disfrutó en Castalia con la victoria del Castellón sobre el Eldense, el pasado domingo.

¿Qué llevó a Henry hasta la capital de la Plana? La respuesta está en un capítulo del libro, primero, y en el palco del estadio, después. La respuesta se llama Haralabos ‘Bob’ Voulgaris, el otro protagonista de la historia. Henry Taylor-Gill, que nació y creció en Francia y ahora vive en Alemania, estudiaba en Inglaterra cuando leyó La señal y el ruido, la obra del popular especialista en predicciones, Nate Silver, sobre «cómo navegar por la maraña de datos que nos inunda, localizar los que son relevantes y utilizarlos para elaborar predicciones infalibles». En uno de los capítulos aparece un personaje que lo cautivó: Voulgaris, hoy presidente y propietario del CD Castellón, y entonces un innovador apostador.

De Winnipeg a Los Ángeles

Silver relata en esas páginas los orígenes y las primeras andanzas de Voulgaris, al que presenta como «apostante deportivo». Cuando se publica el libro, en el año 2012, el ahora máximo dirigente albinegro ya es un triunfador. Vive en una «reluciente y moderna» casa de Hollywood Hills, en Los Ángeles, «un edificio de metal y cristal con una piscina en la parte trasera que parece salido de un cuadro de David Hockney». Cada noche, desde noviembre a junio, Bob veía de manera simultánea cinco partidos de la NBA en cinco pantallas distintas, para asombro de los instaladores de la empresa de televisión por cable. «Si tiene un mal año, Voulgaris gana aproximadamente un millón de dólares. Si tiene uno bueno, puede ganar tres o cuatro veces más», asevera Silver.

Voulgaris, junto a su perro Oscar, en Castalia.

Voulgaris, junto a su perro Oscar, en Castalia. / Manolo Nebot

Ese Voulgaris millonario que «cuando necesita un respiro» se refugia en un apartamento en Palms Place, en Las Vegas, o se marcha a África de safari, contrasta con el joven que debe conciliar sus estudios con trabajos manuales. Silver cuenta que Voulgaris creció en Winnipeg, «una ciudad obrera y gélida», situada a escasos 150 kilómetros de la frontera con Estados Unidos, en el estado de Manitoba, en Canadá. «Su padre había sido un hombre bastante rico, pero lo había perdido todo apostando», indica. Cuando Bob tenía 12 años, su padre se había arruinado. Cuando tenía 16, «comprendió que si quería largarse algún día de Winnipeg iba a necesitar una buena educación que tendría que pagarse él mismo». Eso hizo.

Voulgaris compaginó sus estudios con el trabajo. En verano se trasladaba al noroeste, a la Columbia Británica, donde se encaramaba a los árboles para realizar tareas de mantenimiento y «cobraba siete centavos por árbol». Durante el curso académico, trabajaba moviendo equipaje en el aeropuerto. Así comenzó a ahorrar. Compró acciones de la empresa en la que trabajaba. Estudió Filosofía en la Universidad de Manitoba. Buscando cómo «acelerar su vida» --explica Silver en el libro- «se topó con una apuesta a la que no se pudo resistir».

La gran apuesta

Ocurrió en la temporada 1999/2000. Phil Jackson, entrenador de los Chicago Bulls en los seis anillos de Michael Jordan, había llegado a Los Angeles Lakers. En el equipo angelino (mal)convivían dos jugadores con un ego tan grande como su talento: la estrella Shaquille O’Neal y el jovencísimo Kobe Bryant. Las dudas sobre la relación entre ambos lastraba la cotización del equipo en las apuestas, una incertidumbre acentuada con alguna derrota fea en el inicio de la temporada. Sin embargo, Voulgaris había visto mucho a los Lakers y consideraba que no era tan improbable que ganaran el campeonato. Apostó 80.000 dólares, «los ahorros de toda su vida menos el dinero justo para costearse la comida y las tasas universitarias», a que los Lakers serían los campeones.

«Si ganaba --comenta Silver- se embolsaría medio millón de dólares. Si perdía, volvería a hacer turnos dobles en el aeropuerto». Los Lakers de Jackson completaron una formidable temporada regular, pero quedaban los play-offs de la NBA. El partido clave --del equipo y quién sabe si de la vida de Voulgaris- fue el séptimo y definitivo de la final de Conferencia, contra los Portland Trail Blazers. Silver explica que, con 200.000 dólares, Bob podría haberse cubierto las espaldas apostando por los Blazers y asegurando una importante ganancia. «Pero había un pequeño problema: Voulgaris no tenía 200.000 dólares. Tampoco conocía a nadie que los tuviera, o por lo menos nadie en quien pudiera confiar». Tenía 23 años y vivía en el sótano de su hermano. «Era los Lakers o nada».

El presidente del Castellón, Bob Voulgaris, posa en un partido en Castalia con dos jugadores de la cantera albinegra.

El presidente del Castellón, Bob Voulgaris, posa en un partido en Castalia con dos jugadores de la cantera albinegra. / Fundació Albinegra

En el partido trascendental, los Lakers llegaron a estar 16 puntos abajo a falta de dos minutos para el final del tercer cuarto. Con todo en contra, O’Neal, Bryant y sus compañeros voltearon el marcador en los últimos instantes y Voulgaris evitó la nada. Después, en la final de la NBA, los Lakers superaron con solvencia a los Indiana Pacers. «Bob Voulgaris, el chico que cargaba maletas en el aeropuerto, había iniciado su millonaria carrera».

No sólo números

Cuando Silver visita a Voulgaris para escribir el libro, ya ha pasado más de una década desde ese momento crucial. En esa época, el ahora propietario del Castellón utiliza para decidir sus apuestas «simulaciones generadas por ordenador, pero no se basa exclusivamente en ellas». «En lugar de limitarse a buscar modelos, combina sus conocimientos sobre estadística con sus conocimientos sobre baloncesto». Dispone de su propio equipo de asistentes a los que paga por los análisis. Sigue a los jugadores en las redes sociales (saber quién irá a una discoteca antes de un partido es una información que vale) y escucha las ruedas de prensa de los entrenadores en busca de detalles

El libro pone el ejemplo de los Cleveland Cavaliers del 2002, cuyos partidos tendían a superar los puntos que fijaban las casas de apuestas para el over. «Voulgaris descubrió enseguida el porqué». El jugador Ricky Davis acababa contrato y hacía todo lo posible por mejorar sus estadísticas. Además Cleveland ya no tenía opciones de play-off, por lo que el resultado era un asunto secundario. Durante las últimas semanas de la liga, la puntuación de sus partidos aumentó 15 puntos.

El uso de los datos

Toda esta historia inicial sobre Bob Voulgaris, que después perfiló su método y pulió sus conocimientos para aplicarlos también en la gestión deportiva, cautivó al estudiante Taylor-Gill. Tanto que empezó a seguir a Voulgaris en redes sociales y a trabajar con estadísticas en el equipo de baloncesto de su universidad inglesa. Además del fútbol, le interesaba y le interesa el deporte estadounidense, del baloncesto al béisbol, una afición pasional que combinó con el análisis de datos. Estudió Traducción y Comunicación e hizo el Erasmus en Salamanca.

El dominio del idioma castellano le ayudó a conseguir su primer trabajo en una empresa que recopilaba datos, entre otras ligas, de la Segunda B española, y ahí supo por vez primera de la existencia del CD Castellón. Le gustó tanto el país que quiso vivir en él: se hizo profesor en Ávila. Estaba en Alemania este verano, cuando el club orellut volvió a su vida al leer que Voulgaris se convertía en el propietario. «Cuando me enteré, me dije que tenía que vivirlo e involucrarme, porque con lo que sabía de él estaba seguro de que en Castellón iba a pasar algo grande», apunta, mientras señala casos de éxito similares en el Brighton y el Brentford, en Inglaterra, o en el Midtjylland danés. El método, básicamente, consiste en «usar la estadística y la analítica para conseguir ventaja, encontrando lo menos valorado». «Me encantan las historias de los equipos que no son los más ricos y a pesar de esto consiguen ganar», confiesa.

En la maratón de València, en diciembre, con la camiseta del Castellón.

En la maratón de València, en diciembre, con la camiseta del Castellón. / Mediterráneo

Un albinegro más

Henry Taylor-Gill es un joven extremadamente educado que se expresa en un perfecto castellano. Vive ahora en Berlín, donde es profesor de inglés, pero en pocos meses se ha convertido en una referencia informativa en el entorno albinegro. Comparte en Twitter (@henrytaylorgill) sus análisis detallados de los rivales y de la competición. Conocer tanto el fútbol español como el mundo del big data le permite conectar ambas variables. Primero acudió a Castalia como aficionado y el pasado fin de semana, en su primera visita a Castelló como periodista, fue agasajado por los peñistas de Pasión Albinegra, probó el carajillo, las papas García y la paella. «Ha sido increíble cómo me han acogido», agradece. «He hecho muchos amigos en poco tiempo», añade. Promete volver a finales de abril y todo el mes de mayo para vivir el final del campeonato, aunque ya le han tentado antes con las fiestas de la Magdalena en marzo.

No sabe si este año o el siguiente, pero Henry confía de veras en el ascenso: «Bob es alguien muy serio, más de acciones que de palabras. Igual no se dedica mucho a las relaciones públicas con los medios de comunicación tradicionales, pero trabaja un montón. Su proyecto aporta algo nuevo, además de profesionalismo, y poco a poco está configurando su equipo de trabajo. Tengo la confianza absoluta de que el proyecto va a acabar bien y el Castellón volverá a Primera División», sentencia. Y puede ser. Porque si todavía hay historias que empiezan con un libro, las habrá también que terminan como un cuento.