Este 2021, a punto de finalizar, conmemora el décimo aniversario del que fue considerado como un atentado sacrílego, que destrozó los corazones de los creyentes cristianos del Palancia y de la Comunitat Valenciana. 

En un hecho delictivo sin precedentes, que ocurrió a mediados del 2011, los ladrones penetraron en el santuario de Nuestra Señora de la Cueva Santa de Altura, tras forzar una reja y la puerta principal de acceso. Rompieron lo que se encontraban al paso, forzaron el sagrario y esparcieron las sagradas formas por el suelo. Pero, lo más significativo fue que arrancaron las cajas de las paredes y se llevaron el relicario de la hornacina del altar, con la imagen de la Virgen que, según la tradición, fue tallada en el siglo XIV por Fray Bonifacio Ferrer, hermano de San Vicent Ferrer, y encontrada por un pastor en la misma cueva, conocida entonces como del latonero. El valor económico que representaba el destrozo ocasionado apenas tenía consideración para el dolor sentimental que causó en el corazón de muchas personas, por la desaparición de la imagen de la patrona de la diócesis de Segorbe-Castellón, de los espeleólogos españoles y de algunos pueblos del Palancia.

Movilización ciudadana 

Pensando que los cacos al llevarse el relicario con la imagen podrían haberla tirado en alguna cuneta, los vecinos de Altura organizaron una amplia batida por las carreteras de acceso al santuario, especialmente hacia Alcublas, donde al parecer se habían cometido algunas fechorías. Pero los resultados fueron negativos, aunque contribuyó a calmar los ánimos la sensación de estar haciendo algo por encontrarla. Tampoco la investigación abierta por la Policía Local y la Guardia Civil dio en principio frutos, ni tampoco hasta ahora, pese a que hubo que realizar algún viaje para confirmar la no originalidad de alguna reproducción de las que abundan por España. 

Ahora, 10 años después, un magnífico reportaje-documental elaborado por el cineasta Alejandro Linde recuerda lo sucedido y, al mismo tiempo, repasa detalles de la historia de la Cueva Santa.

Una historia de cinco siglos 

Todo comenzó en 1574, con una primera curación a un vecino de Jérica, Juan Montserrat, enfermo de lepra que superó su dolencia tras pasar nueve días en el santuario, lavándose con el agua que desprenden las paredes de la cavidad.

El agua es el elemento que aparece en muchas de estas curaciones extraordinarias, como las llama la Iglesia, antes de considerarse un milagro. Hasta la tradición ha popularizado la canción Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva.

Desde aquella primera vez, miles de devotos se acercan hasta al emblemático templo para pedir protección, ayuda o simplemente para ver a la Virgen.

«Todas las imágenes en cualquier lugar del mundo son realmente presencias vivas, concretas, llenas de amor por parte de Dios para cada uno de nosotros. Son colocadas en el camino de la vida para depositar nuestros dolores, nuestro caminar, nuestra propia vida», explica el capellán del santuario y presidente del patronato de la Cueva Santa, Juan Manuel Gallent. Respecto a la desaparición señala que «fue un amanecer amargo. Mucha gente de la comarca, España y fuera de ella tiene a la Virgen de la Cueva Santa como algo suyo». La imagen se sustituyó por otra, también antigua, que escapó a los avatares de la guerra civil, de una familia de Altura.

El último ‘milagro’

Mediterráneo fue testigo de la última curación extraordinaria conocida relacionada con Nuestra Señora de la Cueva Santa. Una vecina de Sueca (Valencia), Josefa Alapont de 69 años, y afectada de Parkinson desde hacía cuatro años, viajó al santuario con una excursión. Debido a la gravedad de su estado no bajó del bus, pero una amiga recogió en una botella agua de la que emana el interior de la cueva y empapó un pañuelo que dio a Josefa. Frotó sus manos con el mismo y bebió. 

De vuelta para casa, se acostó con los síntomas de la enfermedad pero, al día siguiente, los dolores y temblores habían desaparecido. Su médico, tras quitarle la medicación para comprobar si los síntomas volvían y al no hacerlo, no tuvo reparos en firmar la recuperación de Josefa de una dolencia que es considerada como progresiva e irreversible.