Llega a su segunda residencia pensando ya en esas noches de tierna comunión con los vecinos, ávido de cánticos y rancheras bajo las estrellas. Es el hombre barbacoa, aquel que se pasa el verano montando cenitas a la luz de las estrellas... y de la barbacoa último modelo que con tanto primor compró en el híper hace unos meses (otra opción más rupestre es esa pira descomunal que montan algunos para cocinar dos kilos de chuletas).

Para superarse a sí mismo y demostrar a sus vecinos sus grandes cualidades en esas noches de celebración de la nada y lograr una convocatoria exitosa, el interesado debería seguir los consejos de Miguel Silveira en El arte de las relaciones personales, y zambullirse en el capítulo dos, o Cómo poner en marcha su propia red de relaciones. Primero y fundamental es usar la empatía ("ponerse en la piel del otro para hacer el esfuerzo de entenderlo y justificar así sus actuaciones"). Y luego están estrategias tales como "cumplir los compromisos y la palabra que damos" (si la invitación es a costillas de cordero no salga luego con unas ricas butifarras a la brasa, por ejemplo); y procurar a los demás caricias psicológicas, como llamar a las personas por su nombre, recibir a la gente sonriendo, elogiar y tocar a los invitados, pedir perdón para neutralizar cualquier tentación de revancha y dar las gracias.

Si el interesado pone en práctica estas normas tendrá la próxima convocatoria asegurada, o casi. Hay otro sistema, y es el de no aburrir a los invitados, que estos se lo pasen bién. Para ser un anfitrión divertido es importante saber improvisar o al menos llenar esos huecos de silencio que siempre se producen en una mesa. El hombre barbacoa está de suerte, porque acaba de publicarse La verdad en la comedia. Ya en el primer capítulo los autores explican cómo ser gracioso (aunque advierten de que lo suyo no son fórmulas mágicas). Y ¿cómo serlo?:

--"Sed honestos".

--"No busquéis el chiste".

--"Nada es más gracioso que la verdad".

Podría ocurrir, es un caso teórico, que los invitados llegaran famélicos, y los 10 kilos de cordero no fueran suficientes. Ahí debería ponerse en práctica el plan B, o sea desmantelar los armarios de la cocina en busca de cualquier cosa comestible. Si tiene lentejas, atún, anchoas, cebolla tierna, aceitunas negras y perejil está salvado, puede hacer una rica y nutritiva ensalada, tal y como enseña Maria Salat en Les amanides de la barca. Si sólo le quedan patatas, podría elaborar una graciosa ensalada alemana con huevo duro, salchichas de frankfurt y cebolla tierna. Si ha encontrado un triste paquete de pasta, debería optar por una ensalada de lazos de colores con tomate, anchoas, queso tipo Burgos, orégano fresco y albahaca; o unos fideos gordos con atún.

Existe la posibilidad de que el hombre barbacoa monte todas estas cenas para evitar enfrentarse a la familia o amigos, y especialmente a su esposa, con quien a lo mejor ha tenido una bronca descomunal que a la prójima le durará todo el agosto si no pone algo de su parte, que por norma general no suele ponerlo. En este caso y antes de convocar al vecindario podría leer Los 100 secretos de las parejas felices de David Niven y descifrar cuántos de ellos se olvidó en las retenciones de la nacional 340:

--Lo cotidiano es poderoso, muy importante e imprescindible.

--No deje que las tradiciones lo limiten, hay que innovar.

--Trate la enfermedad, no el síntoma.

--No tiene sentido guardar las apariencias.

--El sentido del humor ayuda.

--El dinero no importa tanto.

--Demuéstrele que le importa.

--Buscar la perfección es inútil.

Y así hasta llegar a cien.