Aunque nadie conoce exactamente la receta definitiva del ‘best-seller’, Julia Navarro podría sintetizarla en un viento a favor para un amplio tipo de lectores, pero únicamente con esa intención no se logra colocarse automáticamente en lo más alto de las ventas. A lo largo de ocho novelas, Julia Navarro se ha guardado para sí el ingrediente secreto y de nuevo lo ha puesto en circulación con ‘De ninguna parte’ (Plaza & Janés / Rosa dels Vents), en un momento en el que todavía resuena el eco de la reciente serie de televisión ‘Dime quién eres’, protagonizada por una impresionante Irene Escolar. 

Algunos han emparentado esta novela con ‘Dispara, yo ya estoy muerto’, porque tiene tras de sí el enfrentamiento judeo-palestino que ha marcado el pulso entre Oriente y Occidente desde mediados del siglo pasado, pero para Navarro poco tienen que ver ambas novelas. Aquella seguía la trayectoria histórica de un conflicto enquistado y en cambio esta, con el terrorismo islámico como síntoma, como a ella le gusta decir, “ha salido directamente de las páginas de los diarios”, porque es un reflejo de esa oleada de atentados en Nueva York, París, Madrid y Barcelona que en estas últimas décadas nos ha puesto en jaque a todos.

En un campo de la muerte

“Quería reflexionar sobre el tema de la inmigración, del desarraigo que provoca abandonar tu país. Nadie se recorre África entera para llegar a una patera y de allí saltar a Europa por gusto. Siempre es fruto de la desesperación, de la miseria o de una guerra”, explica la autora en una visita relámpago a Barcelona en relación a las migraciones de Irak, Siria y ahora Afganistán que han colisionado con una Europa incapaz de tomar de abordar la situación satisfactoriamente. “Está claro que hay un problema en el tema de la integración de los refugiados. Y no vale para nada ignorarlo. No me preguntes la solución porque no la tengo, para eso pagamos a los políticos, para que ellos lo resuelvan”.

La historia que ejemplifica el conflicto recorre las vidas de dos jóvenes. Un israelí, Jacob, que en su servicio militar obligatorio ha tenido que participar en un bombardeo en un campo de refugiados en el Líbano. Y Abir, que ha visto cómo esa ofensiva ha acabado con su madre, su padre y su hermana. ¿Hace falta decir que ese es el humus perfecto para cultivar a un terrorista cuando éste se instale en Europa? Eso es lo que cree la autora, que en su novela desbroza ese camino, con comprensión pero sin justificación, que hace que un muchacho que de niño quería ser ingeniero acabe convertido en un terrorista. “Un monstruo”, remacha la autora. “Pese a lo esperable, el desarraigo heredado de los padres inmigrantes empieza a hacer mella en las segundas generaciones, tal y como ocurre en la novela. Los disturbios en las ‘banlieues’ parisinas son un grito desesperado de unos jóvenes que se sienten descolocados, gente de ‘ninguna parte’”.

Un dilema moral

El trasfondo periodístico es algo que conoce bien la escritora, hija de la profesión –su padre fue el popular Yale, uno de los primeros colaboradores de este diario- y profesional ella misma durante años. La responsabilidad ética frente al terrorismo es una de esas preguntas éticas que todos nos hacemos: ¿Es lícito que los medios de comunicación se hagan eco de los atentados que se realizan con el objetivo de espectacularizar la violencia, de difundir mundialmente sus imágenes y sembrar el terror? “Tengo muy claro que hay que dar la información, situándola siempre en un contexto. A veces los poderes públicos tratan a los ciudadanos como menores de edad, pero todos tenemos derecho a saber. La obligación de un periodista es contar lo que pasa sin pegarte a los intereses de los grupos políticos, porque si la gente de a pie no percibe la tragedia no considerará que tiene una cuota de responsabilidad frente a la tragedia”.

‘De ninguna parte’ se escribió durante la pandemia, aunque su concepción fuera anterior, pero entonces Afganistán ni estaba ni se esperaba que el país se situara en la agenda internacional. Aquella geografía se muestra en la novela como un campo de entrenamiento del joven Abir en los confines talibán del país. “Me preocupa especialmente la situación de la mujer allí, porque en esta dictadura va a perder los espacios de libertad que habían conquistado, que a las occidentales nos pueden parecer pequeños pero, relacionados con el trabajo, la educación y la socialización, son muy importantes. Las mujeres afganas que están saliendo a la calle para manifestarse me parecen muy valientes”.