En esto de la crítica literaria o el «arte de la reseña», se habla mucho de las «voces literarias», como si se tratase de algo extraordinario, el hallazgo del santo grial o una cosa parecida. Hay quien abusa mucho del término en cuestión, pero no por ello deja de gustarme, porque sí creo que existe esa «voz», que es en realidad una pulsión y una invitación para adentrarse en un universo personal e íntimo de plenitud y gracia.

Tras haber leído Azucre (Pepitas de Calabaza), de Bibiana Candia, puedo decir que he encontrado esa «voz», o una «voz» más bien, que me atrae como si fuera yo un satélite, un cuerpo celeste orbitando alrededor de una historia que parece haber sido escrita para leerse en voz alta, abrumando a los que escuchan atentos, sintiendo en sus propias carnes la fuerza de lo narrado; porque hay mucha fuerza en estas páginas, una especie de fuerza centrípeta que te arrastra hasta lo más hondo del ser, donde palpitan las heridas. No exagero, no, porque el relato de Candia es un relato donde se entremezcla la confusión propia del que es engañado con el sufrimiento y la locura, la desesperanza de los oprimidos y las lágrimas de los que añoran aquello que dejaron atrás y saben que nunca volverán a ver.

Azucre narra el periplo de unos ingenuos, los más de mil jóvenes gallegos que partieron a mediados del siglo XIX hacia Cuba con la promesa de labrarse un futuro, de ganar riquezas. Nada más lejos. Todos y cada uno de ellos fue estafado, traicionado, y lo que parecía iba a ser la tierra prometida se convirtió en látigos, insomnio, hambruna y muerte. Uno sufre ante su sufrimiento. Uno se desespera ante su desesperación. Uno implora ante las injusticias que les imparten, atónito ante la crueldad que es capaz de desarrollar el ser humano fruto de la codicia. 

'Azucre', Bibiana Candia.

Bibiana Candia logra cautivar al lector a través de las múltiples voces que lamentaron su desgracia cuando se dieron cuenta —quizá demasiado tarde— del futuro que les esperaba. Existe en todo el libro, a pesar de ese desconsuelo, una belleza extraordinaria, gracias a la capacidad narrativa de la autora. Los breves capítulos imprimen un ritmo a la historia que impide desatenderla, y el lenguaje, cercano y prosaico, labriego, consigue hacerte partícipe de la credulidad de sus personajes, de su modo de mirar un mundo nuevo que se muestra enajenado por lo incomprensiblemente atroz, por la traición sufrida de un compatriota esclavista. No es fácil ignorar esta historia, estos hechos reales, que son ficcionados aquí de forma sencilla pero con carácter. No es fácil concebir un escándalo semejante, silenciado durante quizá demasiado tiempo. No es fácil, pero uno quiere seguir leyendo más y más.

Si como dice Mircea Cărtărescu en Nostalgia (Impedimenta) «la escritura exige drama y el drama nace de la lucha agónica entre la esperanza y la desesperanza», podría decirse que Bibiana Candia ejerce la escritura de un modo magistral, siendo una de esas nuevas «voces literarias» a las que hay que seguir escuchando, de las que hay que aprender, y con las que deleitarse también.