Contarlo todo, como si en realidad no sucediera nada. O más bien, narrar los acontecimientos que marcan una vida, sin que lo parezca. Así podría empezar uno a reflexionar sobre Huesos de sol (Sexto Piso), de Mike McCormack, tras haber leído esa especie de monólogo interior o soliloquio de su protagonista, Marcus Conway. Como punto de partida, no es del todo malo, creo yo. 

Hay más, mucho más, claro está. Imposible pasar por alto el modo en que el autor irlandés narra esta historia: a partir de una única frase que parece no tener fin. Sí, no hay puntos en este relato, solo algunas comas y pequeños saltos que permiten al lector tomar un poco de aire para seguir las cavilaciones de un ingeniero civil, quien parece haber sido tocado por la varita proustiana, intercambiando la célebre magdalena mojada en un té caliente por un sándwich y un vaso de leche.

Como si se tratase de una epifanía, y siguiendo la estela de esa escuela extraordinaria fundada por Laurence Sterne y su célebre caballero Tristram Shandy, Conway comienza su particular periplo u odisea por su pasado, intentando descifrar las claves de sus pequeños fracasos como padre y esposo, también como hijo, como ser humano en definitiva, al tiempo que rememora episodios con los que da buena cuenta de lo fascinante, a la par que absurdo, que es este mundo. 

Es, precisamente, ese análisis sobre el desmoronamiento o declive de la sociedad, fruto en realidad de una crisis moral sin precedentes —nunca antes, a mi entender, ha habido tanta confusión y desencanto, pues nunca antes la humanidad ha sido más letrada y consciente de su entorno y sus problemáticas, como ahora—, lo que logra conquistarme, quizá porque tiendo a cierto nihilismo, no sé si radical. Pero es en esos pensamientos donde extraigo el mayor jugo de esta historia: «[...] pese a nuestra soledad, formamos parte de un drama humano más amplio y que en eso consiste la auténtica camaradería...». He aquí la magia, o el néctar que necesitaba para dejarme llevar a lo más hondo de este personaje y de este autor que hace de lo particular algo universal, donde uno viaja de lo más íntimo y personal a un común manifiesto. Todo ello, insisto, como si en realidad no sucediera nada, o más bien, como si la complejidad de toda una vida pudiera comprimirse, condensarse a una mínima expresión, a una «simple» frase.

Huesos de sol habla de la familia, de un sentido de pertenencia a un territorio en concreto, de un entorno, versa sobre política y ecología, sobre la mala praxis que todos y cada uno de nosotros practicamos y dejamos que se practique, se ocupa del arte, de la intimidad de una pareja, de una familia, de los constantes equilibrios que uno ha de procurar mantener para hacer más plácida la convivencia... Existe en toda la novela una gran hondura que nos hace comprender que no hay que ir más allá de lo humano, de sobrepasar lo humano, sino de intentar comprender qué nos hace, en realidad, humanos. Es entonces cuando uno se da cuenta de que en lo cotidiano, en esos pequeños gestos, existe el milagro, discurre la vida.

'Huesos de sol' (Sexto Piso), de Mike McCormack