Hay cientos de preguntas que me rondan por la cabeza desde hace ya mucho. Son cuestiones sobre el significado de todo, eso que suele llamarse «el sentido de la vida». ¿Para qué todo esto? ¿De qué sirve vivir si uno sabe indefectiblemente que va a morir, a desaparecer? Suelo servirme de la literatura para hallar respuestas y, sobre todo, para hallar consuelo. Es en la literatura donde puedo llegar a comprender una mínima parte de la complejidad de este mundo, de este periplo que todos hacemos con un principio y un final. 

En esa búsqueda personal, en ese intento de refugiarme y de alumbrar el camino, hay autores que se han convertido en un auténtico faro, en una guía. Pascal Quignard es, qué duda cabe, uno de ellos. ¿Por qué motivo? Pues, por su capacidad de ahondar en lo más profundo del ser a través de un estudio concienzudo del alma humana; un estudio basado en la observación, en la mitología, en la poesía, en el devenir de la propia historia. Nada le es ajeno a este enigmático y erudito autor que parece insaciable de conocimiento.

Vuelvo a quedarme prendado de su sabiduría, de ese modo de hacer, de viajar al pasado, y de contemplar nuestro presente como si tejiese una historia secreta del mundo para revelarnos su significado, tras leer El hombre de tres letras (Shangrila), undécimo volumen de su proyecto «El último reino» —con traducción de Rubén Martín Giráldez—.  

En esta ocasión, Quignard se interroga sobre nuestra relación con la escritura, sobre el origen de la literatura misma, sobre la figura del lector, y sobre los signos y símbolos que han marcado y marcan su razón de ser. Asistimos, por tanto, en una serie de escenas que van de lo más íntimo y personal, es decir, de las vivencias del escritor, a otras que se remontan a la antigüedad, convirtiéndonos en exploradores del saber, en aventureros que ansían encontrar ese vellocino dorado, esa revelación que nos conceda, de algún modo, la inmortalidad.

«Leer —escribe Quignard— reabre de par en par el pasaje hacia la vida, el pasaje por donde pasa la vida, la luz repentina que nace con el nacimiento». Y prosigue: «Leer descubre la naturaleza, explora, hace surgir la experiencia en la palidez del aire, como si naciésemos». Y es que, para mí, cada lectura es como un renacer, una vuelta al mundo, un hallazgo continuo y majestuoso. Leer para entender el cosmos, la humanidad, para entenderme a mí mismo, para saber el lugar que ocupo en ese universo plagado de misterios, de imágenes, de palabras que son vestigios de nuestro origen y que responden a nuestras inquietudes y anhelos. Y sí, ya sé, los lectores pueden considerarse seres solitarios y extraños, pero son, Quignard lo sabe muy bien como demuestra en esta obra, que oscila entre el ensayo y la autobiografía, hechiceros, personas capaces de atravesar los mares, recorrer grandes distancias y saltar milenios. 

Uno lee porque espera obtener respuestas a esa búsqueda perpetua que constituye un alma. Uno lee a Pascal Quignard porque le acerca a ese propósito, porque le permite encontrar esa voz que asciende de lo invisible y confiere sentido a la vida. Magistral. 

'El hombre de tres letras', de Pascal Quignard.