Sentirse desplazado, como si la propia vida careciera de sentido, como si el mero existir fuese un error. Así percibe el protagonista de Ayer (Libros del Asteroide) su existencia desde su infancia, desde que toma consciencia de lo mísero que es su día a día, repleto de compasión, de miradas lastimeras, de gestos de caridad que no entiende —aunque sí entiende—. Madre prostituta en un pueblo pequeño, padre desconocido. Todo en él despierta la pena (y las risas hirientes, malvadas de los niños que se creen superiores a él; todos menos Line) de esa comunidad en la que ha nacido y de la que quiere escapar, de la que necesitar escapar, cuando averigua la verdad de su concepción. Es entonces cuando decide expulsarse de sí mismo, abandonarlo todo y a todos, transformarse en otro, huir, exiliarse, para abandonar ese sentimiento de impostura y conmiseración que —eso quizá no lo sabe aún— nunca dejará de perseguirle en vida.

Es así cómo Tobias Horvard se convierte en Sándor Lester. Es así cómo Agota Kristof escribe este relato descorazonador que no prosigue con la promesa de un final feliz, con esa posibilidad redentora que todo lo envuelve y todo lo sana en pos del entusiasmo y regocijo de una vida plena, de color de rosa. No, aquí no hay cabida para esas manifestaciones de alegría; si las hay, son fugaces, y mueren tan rápidamente como el aleteo de un colibrí. Tobias, ahora Sándor, huye, sí, muda su piel para hallar cierta paz en un país extranjero, pero su pasado le persigue y le condena, como le persigue y le condena también cierta locura.

Refugiado, desertor, impostor. El protagonista de esta historia únicamente quiere ser amado, y vivir en paz con el mundo y consigo mismo. Sin embargo, el precio a pagar es elevado, demasiado elevado, porque ha de saldar una deuda por los pecados cometidos. ¿La sentencia? Ser infeliz de por vida, trabajar durante años y años en una fábrica realizando los mismos movimientos rutinarios, casi automáticos, que le aburren y le arrastran hacia el fondo del abismo de su ser. ¿La salvación? El amor de Line, sí, pero quién es Line, dónde está ella. Ella vive en su pasado, es su pasado, si bien de pronto, y como de un milagro se tratase, aparece ante él, en ese país que no es el suyo, en esa tierra donde la lengua no es la suya. ¿Y qué ocurre? Todo y nada, lo posible y lo imposible, dolor y destrucción.

Kristof narra aquí la experiencia de muchos exiliados que, como ella, tuvieron que hacer frente al desarraigo, y lo hace como es habitual en su prosa, de forma punzante. Sí, así es. Uno lee Ayer y lo hace con cierta desazón, aguantando la respiración porque sabe que la fatalidad puede llegar en cualquier momento, que la crudeza de la vida no hace concesiones, que el mundo es injusto. Ella lo supo muy bien, y a través de sus historias, en las que siempre hay una gran parte de la suya misma, uno intenta vislumbrar el absurdo de la vida, de esa realidad descarnada y violenta para con los más débiles, para los incomprendidos.

Es este un libro intenso y sombrío. Es la prosa de Agota Kristof penetrante y extrañamente hermosa, pese a su dureza.

'Ayer', de Agota Kristof.