Hay una caña, unas vistas al mar, y un escritor que juega con las palabras y respeta el pasado. Máximo Huerta desenvuelve en su nueva novela, Adiós, pequeño, tanto las penitencias como las alegrías enlazadas a su familia.

"Mi madre hubiera sido más feliz si yo no hubiera nacido". Y, probablemente, mi padre. Qué comienzo tan desgarrador. 

-Es el comienzo desgarrador de una novela absolutamente sincera. No hablo de amor en ese inicio cuando escribo mi madre habría sido más feliz si yo no hubiera nacido, sino que es una forma de decir qué habría sido de las madres de decidir su vida voluntariamente y qué habría sido de las abuelas si hubieran decidido. Es una novela que habla de todas esas mujeres y matrimonios que se convertían en prisiones, mujeres que perdían la identidad solo por el hecho de ser madres. 

-A pesar de todo, remontaban para seguir sus vidas.

-Sí, eran familias que no tenían manual de instrucciones, que tenían que acostumbrarse a vivir sobre la marcha, que, de pronto, tenían que construir con silencios su vida para que en la calle no se enteraran del interior de las casas. Es la historia de un hombre y una mujer que se convierten en familia, con secretos y silencios. 

-Tal vez lo bueno de estas nuevas generaciones es que se rompan estos silencios.

-Ahora hay mucho machismo. 

-Todavía lo sigue habiendo. Pero ese secretismo de la familia se ha roto, poco a poco.

-Se habla más, pero no sé si habla mejor. Sí que es cierto que ahora la mujer es mucho más libre que nuestras madres y abuelas. No he hecho un estudio, sino una novela en la que muestro cómo era la vida complicada para aquellas que, de repente, eran madres.

-Fijándose, ante todo, en los detalles. Como el mismo protagonista, que prefiere ser miope y no distraerse con el paisaje.

-Para disfrutar de las cosas cercanas. Lo importante de la vida están aquí, cerca, en esta mesa, en tu mirada, en los amigos que están contigo, en nuestro rellano, dentro, en casa. 

-Se es consciente cuando la niñez y la juventud quedan atrás. 

-La niñez es la etapa más larga de nuestras vidas, a pesar de que dure muy poco. Luego, cuando eres adolescente siempre crees que encontrarás Ítaca en otro lugar, esa felicidad. Por lo que la madurez te da una calma necesaria, la cual agradezco. En ella, me encuentro muy cómodo, como un tiempo sin prisas. 

-Después de este libro, en el que cierra una etapa, ¿cómo se abre ante otra nueva?

-Adiós, pequeño es una manera de decir adiós al niño que fuimos. También, al mismo tiempo, es la frase que dice la madre para despedirse en esta última charla que tienen él y ella. Y, personalmente, lo que más valoro ahora es la tranquilidad: la felicidad son ratitos, la alegría son minutos, pero me gusta la gente que veo por la calle y con esa paz digo, qué tranquilos están. 

"Si quieres saber de qué va la vida, baja a un bar y sube a un autobús. Obligaría hacerlo a los políticos"

-Sin el frenesí.

-Ahora vivimos en una vida muy dispersa, vamos zapeando, con ese frenesí que no va a ningún sitio. 

-Quería citarle unos versos del escritor ecuatoriano Kevin Cuadrado que dice «no es mi madre la mujer que sujeto entre los dedos / somos otros / alguien en algún lugar / nos ha quitado el nombre / (debo encontrar / la palabra / con la que ahora se nos nombra)». ¿Cuáles son las palabras que ahora definirían esta relación cuando hablan, se entienden, están de igual a igual?

-No creo que en las familias que dicen que son amigos. No creo que en esos padres e hijos y madres e hijas que dicen eso. Eso es mentira. La madre es madre y el hijo es hijo, y las palabras más poderosas no deben perderse nunca y, eso, sí que no ha cambiado: las palabras madre e hijo, ni su fuerza ni su intensidad. Esa relación nunca es de igual a igual, ya que no deja de ser alguien que te ha dado la vida y juega con ella.  

-Habla del tránsito en el que uno se hace cargo del cuidado de su madre. 

-El papel del cuidador es importantísimo, pero yo no concibo el amor a mi familia sin pensar en que debo devolver el cuidado que me dieron. No lo entiendo de otra manera, tal vez porque pertenezco a un mundo rural en el que las abuelas y las tías abuelas y los familiares se morían en casa. Lo único que hago es cuidar a mi madre, con todas las dificultades que provoca, pero lo hago devolviendo todo el cariño que a mí me dio. 

-Añadido a la responsabilidad del hijo único. 

-El hijo único solo lo puede entender quien lo es. No te repartes el dolor ni la alegría, pena o incomodidad, o los fines de semana. Es una losa importantísima. De hecho, yo no dejaría que la gente tuviera uno solo. 

-La pareja, aunque sea.

-Al menos, aunque se lleven mal, me da igual.

-Tengo dos hermanos. A veces los odias, los quieres.

-Pero puedes reñir, que eso ya es entretenido. 

-¿Con doña Leo, el perro que acompaña las aventuras? 

-Doña Leo es un personaje que mantiene algo muy similar a lo que tienen los niños. La capacidad de sorpresa y el instinto que de mayores perdemos con la capacidad de sorpresa. Creemos que todo es normal, esa carretera, el mar, las olas, sin embargo, los perros siguen sorprendiéndose ante un bordillo o una hierbecita. Debemos seguir ejercitando, como si fuera un deporte, la imaginación. Doña Leo, para mí, es mi estimulo, mi compañera y mi Platero y yo, que es un libro que adoro. 

-Es muy genuina esa ilusión, sobre todo en estos tiempos. 

-Se nos olvida mirar cómo son las flores de unos setos que han plantado en San Telmo, los azulejos del kiosco modernista, ya creemos que es común. ¡No! El color azul de cada día cambia. Así que, debemos ser un poquito más como los perros y los niños, sorprendernos a la fuerza con las cosas. 

-¿Ya era una práctica para sí?

-Era una práctica. Esta novela nace de las tripas y el corazón, ya la tenía escrita dentro, lo único que he tenido que hacer ha sido traducirla y pasarla a papel. Por eso ha sido muy difícil y más fácil, ya que no he tenido que buscar historias en los años 20 o la Edad Media. Es decir, las mejores historias a veces están en tu rellano o en la cama de al lado. Si escucháramos, donde estamos ahora nosotros, tendríamos doce historias. 

-El transporte público es un lugar para escuchar. 

-Me gustan mucho las conversaciones. Si quieres saber de qué va la vida, bájate a un bar y súbete a un autobús. Obligaría a muchos políticos que lo hicieran y escucharan qué es lo que dice la gente. Eso sería bonito. Y, como escritor, me parece necesario siempre sentarme en una mesa de un café y tomar nota de las cosas que veo, donde aparecen novelas en los lugares más normales. 

-Fuera del empaque de las promociones.

-También en ellas. Venía en el avión escuchando a una madre y a una niña, contándole ella cosas para entretenerla durante tres horas, y ahí hay otra novela. Es muy bonito que el lector te cuente algo en esa intimidad improvisada en la firma. Lo que me he dado cuenta con Adiós, pequeño es que para muchos lectores resulta un espejo de lo que son, lo cual me parece muy bonito cuando me lo dicen en voz baja.

-Estamos en un marco en el que revisitamos la infancia, como Juan Cruz y su nueva novela o el filme Cinco lobitos. ¿No nos da pudor hablar del pasado?

-Espero que estemos en una etapa más sensible. No lo sé. Lo dudo porque vamos muy dispersos, demasiado obsesionados con el like y la rapidez. En lo que caemos todos, por supuesto. Somos víctimas de intentar gustar a los demás, y de intentar que nos quieran. Me da la sensación que vivimos en un mundo en el que pedimos que nos quieran de alguna manera, ya sea con ese like o el halago. Hay mucha falta de amor. Aunque ya hay infinidad de libros que hablan del pasado, la familia, la muerte y el amor son los grandes temas que siempre estarán. 

-¿No ha querido renunciar ni una sola vez a esas cargas familiares?

-Cada día. Cada día dices ‘estaría viviendo en París’ o viajando, pero no puedes. Cuando tienes que cuidar a alguien, tienes que renunciar. No soy un insensato y me voy. Prefiero ser yo quien cuida con ayuda, pero claro que cada día digo, pues, podría haberme levantado en otro sitio cuando veo a otros amigos y no puedo irme. Estar en Gran Canaria, Tenerife o Fuerteventura me cuesta un pequeño disgusto. Mi madre me dice que me va a echar mucho de menos, cuándo vuelvo, y eso te crea una personalidad de un apego feroz absoluto. 

-¿Qué se hace con los recuerdos para que no sean losetas?

-Los recuerdos hay que hacer, como las abuelas, y es hacer conservas. Los recuerdos es lo único que nos pertenece. El futuro no existe, y lo único que tenemos es cómo eras de niña, cómo jugabas, cómo era Las Palmas, es ese pasado. Por lo que hay que guardarlos en esos frascos para que no se pierdan nunca. Y, si cada lector al entrar en este libro, revive los suyos, me doy por satisfecho. 

-Cambiando de tercio, José Guirao falleció recientemente, quien lo sustituyó tras dejar el Ministerio de Cultura. ¿Cómo puede mantenerse ese espíritu de unión que promovía?

-La cultura nos une sin que nos demos cuenta. Solo que no somos como los franceses. Como españoles no estamos orgullosos de nuestra cultura y deberíamos ser más chovinistas, y amarla más. La cultura es lo que quedará, como los libros, la escultura, la ropa, el cuadro, la receta de gastronomía, el paisaje, el baile regional, aquella nana, la canción de Serrat, sobrevive a todos. Lo que estará cuando nos hayamos muertos. 

-¿Le gusta pensar que sobrevivirá en sus textos?

-De niño, iba a la biblioteca de mi pueblo a por libros porque mi padre era camionero y mi madre era modista, ama de casa, hacía lo que podía. Entonces, ir era maravilloso y sacar un libro todas las semanas. Así que, que los míos estén en ese lugar ya es una satisfacción para ese niño que leía. 

-¿Cómo era ese niño que vuelve al pueblo?

-El niño es el de Adiós, pequeño. Los pueblos tienen memoria. Mantienen una idiosincrasia muy particular de los que quieres escapar cuando eres crío y vuelves feliz al ser mayor. La mirada que tienes de adulto hacia el barrio en el que viviste me parece muy placentera. Yo tengo muy buena relación con el niño que fui y con mis pueblos, que tengo dos. 

-¿Qué hacía en ese verano?

-Quedarme en el pueblo porque en mi casa no viajábamos, en cualquier caso, íbamos algún día a la playa en coche. El único que vivía el verano era yo porque me quedaba con la manguera en la terraza mojándome o mi padre al hacer una siesta larga. Pero mi madre seguía comprando, haciendo la comida, limpiando la casa… El verano no existió para muchas madres. Somos muy egoístas, por lo que somos conscientes del sacrificio que han hecho nuestros padres muy tarde cuando ya no hay oportunidad de cambiarlo. De hecho, si no, no verías a los niños berrear ni a los adolescentes mandarlos a la mierda. Eso sí, hay padres e hijos mejores y peores, más allá de eso, no somos conscientes del esfuerzo que han hecho. No somos lavadoras, así que no hay manuales, y cada familia funciona a su manera, como puede. 

-Supongo que comentó todo esto con su madre, a la que llamó cuando recibió el premio. 

-Me hizo muy feliz al reconectar con la parte que más me gusta de mí como contador de historias. Mi madre fue mi primera jefa a la hora de las lecturas, me regalaba libros, y todo mi cariño permanece. Yo lo he compartido, tanto la novela, la escritura, le he leído párrafos en voz alta porque no puede leer al tener un tumor en la cabeza. Entusiasmada y feliz, aunque es una mujer muy discreta que no hace fiestas. 

-Por último, Benidorm Fest 2023. ¿Se sube al barco?

-No tengo ni idea. Fue un éxito vivirlo el año pasado, no sé si se puede mejorar [risas]. Es como los primeros OT, tanto el de Bisbal como el de Amaia, que dejan huella y luego es difícil mejorarlo. La polémica de los votos es debido a que este país es muy pasional. Las reglas estaban escritas.