La poesía, dicen, brota como una especie de amistad profunda con el lenguaje. Es, también, un nexo con lo más profundo del ser, que hunde sus raíces en lo más oscuro para iluminar con su gracia el camino maravilloso a la par que terrorífico de la vida. La poesía es una forma de pensamiento, un aliento, una sensación que, muchas veces, lleva incorporada alguna veta melancólica. A través del poema uno es capaz de viajar a lugares inhóspitos del alma, como viajó Rainer Maria Rilke.

El poeta, uno de los más grandes del siglo XX, fue un ser complejo, contradictorio, un inadaptado para muchos, pero alguien con una sensibilidad única que arrojó luz lanzando preguntas al mundo, preguntas que él mismo se formuló y sobre las cuales reflexionó, como la simbología que rige el universo.

Acudir a Rilke, a su poesía y literatura es una especie de viaje iniciático, una necesidad para todos aquellos que aman la palabra, el lenguaje y su capacidad transformadora. Y es que Rilke ejemplifica como pocos esa imagen romántica del poeta contradictorio, desdichado y tenaz. Sin esas actitudes, muy probablemente no habría creado obras tan enigmáticas como reveladoras como Cartas a un joven poetaElegías a Duino o Sonetos a Orfeo, obra que ahora vuelve a publicar Pre-Textos con una nueva traducción y edición a cargo de Juan Andrés García Román.

'Sonetos a Orfeo' (Pre-Textos), de Rainer Maria Rilke.

García Román, en su introducción, nos allana un poco el camino hacia estos sonetos órficos, estos versos en los que Rilke nos dice que el mundo puede cambiar como cambian las nubes, que no se entiende el dolor y no hemos aprendido del amor, que somos seres errantes. En la época en que escribió esta obra, el poeta estaba buscando una nueva voz, dejando tras de sí el poema objeto perfecto, «su yo simbolista y urbanita», tal y como remarca García Román en su texto. Rilke emprendió un proceso de peregrinaje y ello dio como resultado una poesía elegíaca. Hubo un cambio en su interior, un cambio que plasmó sobre el papel a través de esta obra que viene a complementar sus Elegías a Duino, si bien los Sonetos a Orfeo son, por derecho propio, una obra con entidad propia, mucho más espontáneos, más comprensibles. El mismo Rilke llegó a afirmar que «no estaban dentro de mis planes», lo cual no deja de sorprender a sus estudiosos.

Esta obra, magníficamente editada, con una nueva traducción y la posibilidad de contemplar el texto original —estamos ante una edición bilingüe—, es evocadora, persuasiva. En muchos de los poemas la música es protagonista y el lector encuentra versos tan conmovedores como estos: «Y cantar de verdad es otro aliento. / Un aliento por nada. Un soplo en Dios. Un viento»; «la muerte, está velada / Tenemos una santa solamente / y un gozo: la canción». 

Leer a Rilke, releer a Rilke, siempre es un desafío, un encuentro o reencuentro. Simbólico, hermético, secreto pero seductor... Como dice García Román, «Rilke no es propiedad del erudito. Es esperanza». Y eso es lo que necesitamos todos nosotros, esperanza.