En una ocasión ya advertí que nunca dejaría de aproximarme, o al menos intentarlo, al espíritu nitzscheano. Para mí, y para muchos otros, es Friedrich Nietzsche uno de los autores más enigmáticos que existen por su sentido ontológico. El pensador alemán, un ser quebradizo, contradictorio y frágil, supo ver y diferenciar al hombre trágico, o más bien supo ver en la tragedia y el sufrimiento una parte elemental de la condición humana, como también supo ver Fiódor Dostoievski

El escritor ruso, consciente de que, quién más, quién menos, cojea –ya se sabe, nadie es perfecto–, se arrojó a los brazos de la desdicha, porque era allí, en el infortunio y la desgracia, donde uno recupera la costumbre de vivir. Nietzsche, por su parte, se vio abocado a una soledad física y espiritual que terminó por consumirlo, aunque en ese proceso no cejó en su empeño de intentar comprender las leyes que rigen nuestra existencia. 

Ambos son espíritus frustrados en cierto sentido, y cuya obra y pensamiento siguen despertando la admiración pero también las obsesiones de muchas personas que acuden a ellos en busca de un significado, de una llave que permita abrir la puerta de la razón. Una de esas personas fue Lev Shestov, quien, tras sufrir una fuerte crisis personal, acudió a Nietzsche, y de ahí a Dostoievski, para construir una nueva dimensión de su pensamiento. Lo que quizá no sabría entonces el filósofo ucraniano fue que esa exploración personal terminaría siendo clave para que el mundo redescubriera muchos años más tarde a estas dos mentes privilegiadas y atormentadas, como fueron las del alemán y el ruso.

'Dostoievski y Nietzsche. Filosofía de la tragedia' (Hermida Editores), de Lev Shestov.

Dostoievski y Nietzsche. Filosofía de la tragedia (Hermida Editores), es una obra que buscaba alejarse del idealismo, de aquellos «héroes del espíritu» y «predicadores del bien», de la «búsqueda desinteresada de la verdad», porque, como bien nos dice grosso modo Shestov en estas páginas, no sabemos lo que queremos. Así, el filósofo nos habla de la falta de ideas, de la incomprensión, de una ceguera que envuelve al positivismo hasta conducirlo a la locura, de juzgar los estados de ánimo, de ese espíritu humano dominado por la fuerza, y lo hace a través de esa «filosofía de la tragedia» que ejemplifican a la perfección Nietzsche y Dostoievski, cuyas obras, nos dice, contienen una respuesta fundamental: «¿tienen esperanzas las personas que han sido rechazadas por la ciencia y la moral?».

Pese a lo que muchos pudieran imaginar, tanto Nietzsche como Dostoievski buscaban la luz, pero no se dejaron engañar por ese fuego fatuo que, en realidad, era una mera alucinación. Es por ello que bajaron hasta el subsuelo, hasta los lugares más recónditos y oscuros del ser para hallar respuestas, siendo conscientes de los peligros, horrores y perplejidades que nos circundan y que provocamos en forma de angustia.

Nietzsche y Dostoievski, Dostoievski y Nietzsche, dos figuras que son fundamentales a la hora de entendernos, de entender esa paradójica experiencia, terrorífica en demasiadas ocasiones, que es la vida.