Música

C. Tangana: “El himno del centenario del Celta es una carta de amor a mi padre y a Galicia”

Cuando el Celta confirmó que C. Tangana sería el autor del famoso himno del centenario, no fueron pocos los que reaccionaron con recelo. La elección generó suspicacias, algún enfado e incluso comentarios abiertamente desfavorables. Sinceramente, no eran pocos los celtistas que esperaban a El Madrileño con el cuchillo entre los dientes. Pero entonces, antes que C. Tangana, llegó Pucho. Y, cuando por fin lo conocimos, no nos quedó más remedio que rendirnos a la evidencia: por supuesto, C. Tangana, o lo que es lo mismo, Antón Álvarez, “Pucho”, también es un dos nosos

Imagen de fondo, C. Tangana canta con As Largharteiras de Mos durante el rodaje.

Imagen de fondo, C. Tangana canta con As Largharteiras de Mos durante el rodaje. / @ROCÍOAGUIRREV

Pedro Feijoo

No podía estar más contento... Cuando Pucho me enseñó el vídeo con el resultado final, recuerdo que me hablaba con entusiasmo. Casi con la ilusión de un niño, con la alegría de quien sabe, orgulloso, que no solo ha realizado bien su trabajo, sino que además ha hecho algo grande. Para él y, lo que es más importante, para todos. Como me confesó en aquel momento, “estoy que no quepo en mí de orgullo. Eso sí –me advirtió–, guárdalo bien, ¡que ya hemos tenido alguna filtración!” Lo vi con atención y me faltó tiempo para darle la razón. De hecho, lo primero que le dije fue “no tengo palabras...” Pero claro, si hay un mal negocio para un escritor es precisamente eso, el no tener palabras. De modo que, después de pensarlo por unos instantes, comprendí que en realidad era mucho más fácil: la palabra más apropiada para responder al trabajo de Pucho no es otra que “Gracias”. Sinceramente, creo que, más allá de todo lo que pueda significar o representar C. Tangana, el diálogo que Antón Álvarez ha establecido con nuestra cultura es de lo mejor que le ha pasado a nuestra memoria y a nuestra tradición en mucho tiempo. Pero, también, a nosotros como sociedad. Como colectivo.

En los días posteriores al estreno, y celebrando la buena acogida que el vídeo estaba recibiendo, recuerdo que le comenté que no me extrañaba que la gente se echara las manos a la cabeza, alucinando con todo lo que se veía. “Pero, sinceramente –añadí–, creo que todavía alucinarían mucho más si supieran todo lo que no se ve”. Porque esa es la verdad. Es innegable que la propuesta de C. Tangana está recibiendo olas de elogios, tantas como para llenar la ría de Vigo una y mil veces. Pero lo que no todo el mundo sabe es que para llegar a hacer algo así hay no solo un trabajo previo colosal. Hay toda una vida previa. Un sentimiento de pertenencia a un pueblo. Un compromiso. Y una actitud. Y se lo dije. “Amigo, esto deberíamos contarlo”. Lo que en aquel momento no esperaba es que Pucho me respondiera cómo lo hizo. “Pues, ¿sabes qué? Ahora que ya lo hemos hecho, sí que me gustaría hablar largo y tendido de todo lo que ha sido este proceso”. De esa determinación ha salido esta conversación, en la que, paseando por los orígenes de un himno, hemos descubierto no pocas zonas comunes.

La conservación

Estos días, rememorando el camino que nos ha traído hasta este momento, nos hemos reído mucho al recordar un momento concreto, el del instante en el que empezó nuestra relación. Fue a comienzos del pasado febrero, cuando me llegó una de las llamadas más curiosas que he recibido en todos mis años de trabajo como escritor.

En aquel entonces yo estaba encerrado, trabajando en lo que sería mi nueva novela, cuando alguien del Celta se puso en contacto conmigo. Se trataba de Gael García, coordinador de los actos del Centenario. En aquella primera comunicación, me explicó que el club ya tenía cerrada la composición del himno con “un prestigioso artista internacional”. Por supuesto, el artista era C. Tangana, pero la cuestión de su identidad era algo tan secreto que estoy seguro de que a Harry Potter le habría costado menos pronunciar el nombre de Voldemort que a Gael darme tan siquiera media pista acerca del compositor. “O compositora”, insistía siempre el responsable del club, evidenciando que no me había dado ni el mínimo indicio. En aquel momento, lo importante de la llamada era su motivo: el compositor quería realizar un trabajo de inmersión serio y profundo en la historia y la tradición no solo del club, sino de la ciudad y su cultura, y, en ese sentido, se había mostrado muy interesado en hablar con una serie de personas que le pudieran asesorar en aspectos y disciplinas relacionadas con estas cuestiones. Para mi sorpresa, y por alguna razón que aún no acabo de entender, mi nombre figuraba entre los primeros de aquella lista. Pero, insisto, eso no fue lo que me pareció más sorprendente, sino todo aquel secretismo alrededor del asunto. De hecho, como en aquellas conversaciones Gael no paraba de referirse al misterioso compositor como “el artista, bueno, ¡o la artista!”, yo incluso llegué a responderle “Vale, dile que sí, que puede contar conmigo. ¡O conmiga!”.

C. Tangana y Pedro Feijoo durante la entrevista

Con el tiempo acabé entendiéndolo. Se trataba de algo muy serio, de algo con vocación de trascender. Como el mismo Pucho me comentaba estos días, en realidad todo empezó casi como una broma. Con aquel tuit suyo en el que contestaba con otra pregunta a la encuesta lanzada desde la cuenta Radio Vigo en la que se preguntaba quién sería el artista ideal para componer el himno –en serio, ¿acaso nadie más vio entonces que este chico era gallego?–. Su contestación ya forma parte de la historia: “¿Puedo intentarlo?”.

C. Tangana (cuyo verdadero nombre es Antón Álvarez Alfaro) no tardó en comprender que“no es lo mismo componer una canción en mi casa, que escribir algo en lo que hay muchas más sensibilidades implicadas. Para empezar, está la cuestión de la trascendencia: se supone que si haces un himno del centenario tiene que durar otros cien años, que ya nos gustaría a los artistas ser capaces de hacer cosas que duraran tanto; y por otro lado, tanta gente implicada...”

A pesar de que cuente entre risas que todo empezó casi como una coña (“De hecho, ¡yo voté por Siniestro Total!”), desde el principio Pucho tuvo claro que su trabajo tenía que ser para el club, para la afición, y que en absoluto cabía el egoísmo. “Se trataba de darle tu visión, de llevar tu propuesta artística a algo de lo que la gente tiene que sentirse partícipe”.

C. Tangana duranteun momento del rodaje.

C. Tangana duranteun momento del rodaje. / @rocioaguirrev PEDRO FEIJOO

Desde luego, fuese como fuese, bendita aquella primera broma, porque gracias a aquel guiño se pondría en marcha todo un proceso que nos permitiría conocer más de cerca a la persona detrás del personaje, a Antón frente a Tangana. A Pucho. Un tipo, por cierto, con muchos más vínculos con Vigo de los que la gente se imaginaba.

Porque, de hecho, algo de lo que se ha hablado mucho todos estos días es del papel que el padre de Pucho, el periodista vigués Antón Álvarez Muñoz, ha jugado a la hora no solo de afianzar en su hijo bastante más que el amor por su tierra. “Mi padre es un gallego muy orgulloso de su pueblo, de su lengua... Y eso es algo que yo he vivido desde cerca. A mí el sentimiento de pertenencia –como se verá, un concepto fundamental en el universo del artista– me viene de mi viejo”.

“Mi padre es un gallego muy orgulloso de su pueblo, de su lengua... Y eso es algo que yo he vivido desde cerca"

Como él mismo recuerda, su padre siempre se ha preocupado por transmitirle la importancia de Vigo como ciudad y de la cultura gallega. Desde la música hasta todas las formas de orgullo posibles, ya fuera la gastronomía o el césped de Balaídos. Y mucho más: “Yo no era del Club Megatrix ni de ningún otro: mi padre me hizo del Club Xabarín”, a tal punto que Pucho recuerda a Antón senior enseñándole cómo le felicitaban desde la tele cada 16 de julio. Como hoy, que cumple 33 años. Su padre no solo fue el primero en hacerle partícipe de la cultura del país, sino que fue el responsable de ese engrandecimiento, de inculcar en su hijo la mitología de la ciudad y de Galicia.

“Mi padre contaba muy buenas historias. Era especialista en captar nuestra atención. Cuando estábamos en Galicia, nosotros [se refiere a él y a sus primos cuando eran niños] veíamos todo aquello de las meigas, la queimada, los conxuros... como algo muy mitológico, y recuerdo a mi padre inventándose historias acerca de Monteferro y las Cíes que, a lo mejor, alguna se la habrían contado, pero el noventa por ciento se lo inventaba”.

Tangana, junto a compañeros de grabación, contempla desde una batea el puente de Rande.

Tangana, junto a compañeros de grabación, contempla desde una batea el puente de Rande. / @ROCIOAGUIRREV

Todo aquello contribuyó a afianzar en el joven Antón buena parte de nuestro patrimonio cultural, de la misma forma que es también a través de su padre por donde Pucho recibe sus primeras ideas políticas. Nacionalismo, pluralidad, diversidad, distintas formas de vivir las ideas, tanto a nivel político como emocional.

“Ahí hay un bagaje muy fuerte que a mí me ha ayudado mucho a la hora de relacionarme, por ejemplo, con el resto de España y a entender la identidad de una forma completamente distinta. Si no hubiera tenido un padre gallego no la habría entendido así, nunca habría podido hacer un disco como “El Madrileño”. Sin ninguna duda. Todo eso a mí me ha marcado para entender muchas cosas. Está en la base de mi educación emocional acerca de la identidad, de la cultura, de la apropiación cultural... de muchas cosas que luego han sido muy relevantes en mi carrera”.

Pucho me comenta todo esto, y yo me pregunto si, así las cosas, tal vez la composición del himno, con todo lo que implica, no habrá sido una forma de pagar deudas pendientes con toda esa herencia.

“El himno es una carta de amor a mi padre y a Galicia”

“Sí, para mí ha sido algo muy personal. Verás... A mi madre [Patricia Alfaro] le digo muchas veces, aunque no tantas como debería, que la quiero, y mi madre está muy cerca de mí porque yo trabajo con mi familia. Mi padre, sin embargo, que después de treinta años viviendo en Madrid sigue diciendo que él no es de allí. Él puede participar de todo eso, pero lo hace de otra forma. Así que para mí esto ha sido una forma de enseñarle al mundo lo orgulloso que estoy de la parte de mi padre. Esto también es una carta de amor hacia él, de reconocimiento a su legado gallego. Una forma de ponerlo en valor, de no olvidarme de todo eso que ha sido muy emocionante”.

Pucho vibra al señalarme que el viaje del himno ha tenido mucho de proceso familiar en el que la cuestión emocional ocupaba un espacio de primer orden, al margen de los comentarios de quienes en su momento criticaron la elección del artista como una maniobra publicitaria interesada, sin conocer en realidad la potencia del vínculo que unía a Antón con el proyecto.

El proceso

Pero es que, además de tener unas raíces tan fuertes, si su Oliveira se sostiene con tanta seguridad es porque, al margen del vínculo emocional, también cuenta con un trabajo de documentación, de inmersión cultural, que es el responsable de que el resultado final tenga el músculo y la credibilidad que sin duda poseen. Un proceso, largo y profundo, que, como Pucho describe, “fue un regalo”.

“Hablé con mi equipo y les dije ‘vamos a hacer el himno’. A nivel musical va a ser lo único que voy a hacer este año, por lo menos que tenga este peso y esta envergadura. Limpiamos el escritorio, y pusimos el Celta y Galicia encima de la mesa. Y si hago esto, que se supone que tiene que durar cien años, entonces voy a empaparme de verdad de todas las inquietudes que tengo”.

"Con más tiempo, habría ido a aldeas, a alguna foliada a ver bailar a los jóvenes”

Es ahí cuándo comienza la inmersión. “Hablo con gente que sabe de la ciudad, que sabe del club, que sabe de la música, del idioma... ¡hasta de la gastronomía!” Pucho se ríe antes de revelar que en realidad el viaje vuelve a pasar por el punto de partida: “Al final he hecho lo que creía que iba a hacer desde el principio”, confiesa, pero reconociendo que lo ha hecho de una manera enriquecida con todos los matices que le ha aportado una experiencia que “ha sido un proceso que me habría gustado que hubiera sido más largo. Si hubiera podido empezarlo antes, lo habría hecho, y le habría dedicado mucho más tiempo. Hubiera ido a más aldeas, hubiera ido a alguna foliada a ver bailar a la gente joven y empaparme de cómo es la reconstrucción del ritual... Le hubiera dedicado más tiempo a eso”.

Con todo lo que sí ha hecho, Antón aún lamenta no haber podido hacer más. Como acercarse a la Costa da Morte o haber accedido al archivo de la familia Peón. “Hay muchas cosas que se me han quedado por hacer. Lo que he hecho ha sido indagar sobre las cosas que más me gustaban y, sobre las que no sabía; preguntar todo lo que he podido y pasar tiempo en contacto con ello, que eso es realmente lo más enriquecedor de todo. Ahí es dónde lo sientes de verdad, dónde todo se transforma.”

“As Lagharteiras” de Mos.

“As Lagharteiras” de Mos. / @ROCIOAGUIRREV

Pucho habla sobre “empaparse” de nuestra cultura, y esta vez soy yo el que sonríe. Porque, aunque él diga que le hubiera gustado hacer mucho más, sé que lo que ha hecho no es poco. Dejen que les cuente algo.

Recuerdo alguna de las charlas que mantuvimos sobre las raíces de la literatura gallega (créanme, no se imaginan hasta dónde puede llegar la curiosidad de este creador). En aquellas conversaciones, me preguntaba por las coplas populares de tradición oral, y yo le insistía en que, con todo, no dejase de prestarle atención a los grandes referentes fundacionales de nuestra literatura. “Ojo con las cantigas medievales, lee a Mendiño, a Martín Códax, no pierdas de vista la isla de San Simón... ¿has oído hablar de las Ondas do mar de Vigo?”. Recuerdo incluso el momento en el que le hablé de la importancia de no pasar por alto nuestra propia simbología: “¿Te he contado ya la historia de la Oliveira?” Para mi sorpresa, la respuesta de Pucho siempre era la misma: “¡Pásamelo todo!”.

Sinceramente, repasando el volumen de la información que ya empezábamos a manejar, admito que llegué a pensar “bueno, a ver, no creo que se esté papando todo esto”. Imagínense mi cara cuando vi que todo esto aparecía reflejado no solo en el himno, en su letra, sino también en el vídeo. Por mucho que ahora diga que le habría gustado hacer más, es innegable que la inquietud de Pucho funciona como una esponja: Antón lo absorbe, y C. Tangana le da forma.

Pucho junto a una de las jóvenes participantes en el vídeo. @ROCIOAGUIRREV

“En cuanto algo me inspira tengo facilidad para involucrarlo, para que se vea como algo propio”, explica. Créanme, esto es tan difícil de hacer bien por parte de un artista, como generalmente de agradecer por parte del público. Y, a pesar de lo mucho que Antón lamenta no haber podido hacer más, la lista de nombres que siguen apareciendo en la conversación parece no tener fin. Pucho recuerda y agradece el trabajo realizado por parte de una serie de personas cuya labor, pese a todo, no acabó apareciendo en el resultado final. Gente como Pela del Álamo (director de Nacional VI), quien a su vez lo puso en contacto con Alfonso Pato, con Alberto Cernadas, con Pedro de Caldo... “De cada uno de ellos me he ido llevando algo, y si pudiera le dedicaría muchos más meses a esta investigación y encontraríamos un cachito de cada persona en los diferentes trozos de la canción”.

Veo el entusiasmo con el que Pucho describe toda esta parte del proceso, y me da la sensación de que, así y todo –y como debe hacer cualquier buen creador–, al final Pucho nos ha contado mucho menos de lo que ha aprendido. Y me pregunto qué hará con todo aquello a lo que esta vez no ha podido darle salida. “No sé –le comento–, pero, después de haber hecho El Madrileño, ¿puede que de pronto nos salgas con algo que sea El Gallego?”. Pucho se ríe, pero tampoco lo niega.

El gallego

“Hay que sentirse orgulloso de la letra; el gallego es una riqueza, decirlo es ya una obviedad”

Al quite de esto, surge otra cuestión, desde luego no menos importante: el idioma. Le insisto en que me gustaría que se supiese con claridad, más allá de cualquier ambigüedad, que si algo tenía claro Antón desde el principio es que el himno sería, sí o sí, en gallego. Una decisión que, si bien siempre es de agradecer, me parece todavía más significativa en estos días en los que parece volver a levantarse una ola de desprecio e intolerancia. De hecho, Pucho lamenta no tener la fluidez necesaria para, más allá de hablar, componer directamente en gallego. “Hay que sentirse orgulloso de la letra, y hay que sentirse orgulloso del idioma. Es de una riqueza cultural tan obvia que no hace falta ni decirlo.” Lamentablemente, yo no lo veo como él: de un tiempo a esta parte esa riqueza cultural se ha convertido en un “estorbo” en las bocas de según qué discursos. Sinceramente, que sea alguien que se hace llamar El Madrileño quien venga a señalar y apoyar esa parte de nuestra riqueza cultural me parece tan significativo como merecedor de agradecimiento. Y, sin embargo, es él quien sigue dando las gracias:

“El agradecido soy yo; me han dado la mano; se he me dado todo, y eso no se puede pagar”

“En este caso el agradecido soy yo, porque siento que se me ha dado de todo. Se me ha aceptado, y me han dado todo lo que tenían un montón de artistas y de personajes influyentes de la cultura gallega. Yo soy el que siente que se lleva más de todo esto. Se me ha hecho partícipe, se me ha cogido de la mano y se me ha dicho ‘mira aquí’. Eso ni se puede pagar ni se puede conseguir de otra forma, tiene que venir alguien y dártelo así”. Por supuesto, volvemos a discrepar: si algo veo con claridad es que se trata de una cadena de trabajo realizado en ambas direcciones con mucho cariño. Y ya saben lo que suele decirse que cariño con cariño se paga. Y hablando de cariño...

Acogida y reacción

Si hay algo evidente es que, desde su estreno, el vídeo realizado por C. Tangana y Little Spain no para de recoger aplausos y muestras de cariño. Cuando le pregunto a Pucho cómo lo está viviendo, no hace ningún esfuerzo por disimular su alegría.

Antón habla abiertamente sobre el orgullo que le produce encontrarse con una reacción tan favorable, señalando especialmente el impacto cultural que está teniendo el trabajo incluso más allá de nuestro país. Agradece el reconocimiento, muy especialmente sabiendo que se trata de algo “comunitario”, como él mismo lo define: “El himno no se trata de que yo haga una canción y que esa canción quede bien, sino de que sea algo de lo que el celtismo se sienta orgulloso”. Tampoco en este sentido deja de mojarse: “El reconocimiento me gusta porque me da la sensación de que el Celta se va a quedar con esto, y que va a haber chavales dentro de mucho tiempo que lo respeten porque pertenece al club. Eso es el mayor éxito posible”.

“El himno es una excusa para hablar del arraigo, del sentimiento de pertenencia a un club, a una lengua, a un paisaje...”

De hecho, en este punto yo aprovecho para señalar que algo que me ha gustado especialmente es la inclusión de los cánticos de la grada en el himno. O lo que es lo mismo recoger la voz de la afición, del pueblo y reconocerle la condición de himno. Aplaudo esa actitud, la de la dignificación de nuestra voz. Una maniobra que, por supuesto, ni es casual ni está exenta de intención:

“Me gusta meterme en el club hasta el final, hablar con los siareiros y ver realmente qué piensan. Porque me gusta el Celta y porque amo la cultura del club. Es una inquietud natural. No me sale desplazarme o tratar de incluir a menos gente. Me sale lo contrario, pero es por pura curiosidad. Si te gusta, yo creo que lo vives así”.

Los efectos del viaje

Si algo está más que claro a estas alturas de la conversación es que el proceso de elaboración del himno ha sido para Antón mucho más que una composición cualquiera. Me pregunto hasta qué punto ese viaje, tanto artístico como también personal, emocional, habrá repercutido sobre él mismo, quizá incluso si no habrá provocado algún cambio en él. Por fortuna, me lo pregunto en voz alta.

“El himno me ha cambiado; ahora creo un poco más en la capacidad de la gente para crear comunidad”

“Han cambiado muchas cosas. Ahora creo un poco más en la capacidad de la gente para generar comunidad”, e insiste en que el proceso de elaboración del himno le ha hecho replantearse sus ideas en torno al potencial que podemos tener como sociedad para aceptar nuestras diferencias.

En este punto, Pucho echa mano del Antón estudiante de Filosofía, y vuelve a poner encima de la mesa un concepto importante en su discurso, el del “sentimiento de pertenencia”. Tal como él lo describe, la excusa de la obra es el centenario del Celta de Vigo, pero el tema que trata es justamente ese, el del arraigo. “Es de lo que se habla a través del centenario, a través del Celta, del club, del idioma, del paisaje... Hablas del sentimiento de pertenencia”. Un sentir que, según Antón, puede generar cosas horribles, sí, pero también es de donde acabamos desarrollando la idea de grupo, de familia. De cariño entre semejantes.

Miembros de la coral Casablanca sobre una batea en la ría de Vigo se preparan para su intervención.

Miembros de la coral Casablanca sobre una batea en la ría de Vigo se preparan para su intervención. / @ROCIOAGUIRREV

“Ese sentimiento es lo que genera la comunidad, y la comunidad es lo que genera la paz. Si yo soy capaz de llevarme con Keltoi! [grupo de música vigués estilísticamente en las antípodas de C. Tangana], es que ahí hay algo que hace que la comunidad del Celta de Vigo sea mucho más grande, mucho más sólida”.

Para Antón todo este proceso ha motivado un cambio para pensar en cómo nos podemos entender como grupo, como colectivo. Gracias al himno, “vuelvo a verle la importancia a generar comunidades, a ponernos de acuerdo”.

Y yo vuelvo a sonreír, una vez más, al pensar en que eso, justamente eso, es lo que nos ha regalado también a nosotros. No sé quién habrá tenido más responsabilidad en todo este proceso. Si el famosísimo C. Tangana, si el estudioso Antón Álvarez. O si fue sencillamente Pucho, esta persona amable y simpática que me habla mirándome a los ojos. No me importa. Venga de quien haya venido, lo importante es que, al final del viaje, aquí tenemos esta Oliveira dos cen anos.

Contaban las crónicas que la verdadera Oliveira, el árbol del que procede el olivo que a mediados del siglo XIX se plantaría en el Paseo de Alfonso, era en sus años de esplendor una pieza tan fuerte y vigorosa que hasta siete artesanos se podían sentar a trabajar con las espaldas pegadas a su tronco sin que sus cuerpos llegaran a tocarse en ningún momento. Así de grande y generoso era el árbol del que procedemos.

Y, hoy, aquí está de nuevo: el talento y la generosidad de C. Tangana, o tal vez de Antón, o quizás de Pucho, nos ha traído de vuelta una nueva vieja Oliveira alrededor de la cual reunirnos, alrededor de la cual encontrarnos, alrededor de la cual sentirnos orgullosos, unidos. Como la gran familia que somos. Y, una vez más, a mí solo se me ocurre una única respuesta a semejante regalo: gracias, amigo.

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