Una tragedia americana

Oppenheimer, ascenso y caída de un "destructor de mundos"

La monumental biografía en la que se basa la película de Nolan explora con un abrumador nivel de detalle la compleja personalidad del científico que abrió la caja de Pandora de la era atómica

Robert Oppenheimer, en 1953, en la BBC.

Robert Oppenheimer, en 1953, en la BBC. / BBC

Rafael Tapounet

En la noche del 7 de agosto de 1945, aproximadamente 36 horas después de que el bombardero B-29 Enola Gay arrojara sobre Hiroshima una bomba de uranio, los científicos y militares destinados en el Laboratorio Nacional de Los Álamos (el enorme y secreto complejo de Nuevo México en el que se centralizaban las investigaciones del Proyecto Manhattan para el desarrollo de las primeras armas nucleares) organizaron varias fiestas para celebrar el éxito de la misión. La alegría inicial por la victoria militar pronto dio paso, sin embargo, a una compleja mezcla de sentimientos, especialmente entre los civiles involucrados. Robert Oppenheimer, el director científico del proyecto, asistió a una de las fiestas, pero se marchó pronto; al hacerlo, vio a uno de los físicos vomitando en unos arbustos y no porque hubiera bebido demasiado. “La imagen le hizo darse cuenta de que habían empezado a sufrirse las consecuencias”.

La anécdota, que condensa con ejemplar economía de medios todo el vértigo que se apoderó de quienes participaron en el nacimiento de la bomba atómica al descubrir el poder destructivo de su creación, aparece relatada en ‘Prometeo americano. El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer’, la monumental biografía escrita por Kai Bird y Martin J. Sherwin en la que se basa la película de Christopher Nolan sobre el científico que cambió el concepto de la guerra al construir el artefacto más mortal de todos los tiempos. El libro, que en 2006 mereció el Premio Pulitzer de Biografía, fue publicado a principios de este año en castellano por el sello Debate de Penguin Random House.

Seminarios y martinis

Bird y Sherwin (que falleció en 2021) se pasaron 30 años entrevistando a familiares, amigos y colegas de Oppenheimer, analizando sus documentos privados, repasando todas las entrevistas que concedió y los discursos que pronunció y escarbando en los archivos del FBI y de la Comisión de Energía Atómica, organismos que promovieron una campaña contra el científico estadounidense más importante de su generación y propiciaron su caída en desgracia. El resultado de los esfuerzos de los autores es una obra imponente y perspicaz que busca (y encuentra) preciosas claves de la compleja personalidad del protagonista tanto en los seminarios de física teórica que impartía como en los martinis que preparaba en la cocina de su cabaña en Los Álamos.

Portada del libro de Kai Bird y Martin J. Sherwin.

Portada del libro de Kai Bird y Martin J. Sherwin. / DEBATE

La historia, como bien supo ver Nolan, tiene los ingredientes del más absorbente ‘thriller’ político y de la tragedia griega. Nacido en Nueva York en 1905 (un año antes de que Albert Einstein publicara su teoría especial de la relatividad), Julius Robert Oppenheimer se crio en una familia de inmigrantes alemanes que cambiaron la sinagoga por la Sociedad por la Cultura Ética, una rama del judaísmo que defendía el racionalismo, el humanismo y la justicia social. De intelecto brillante, presencia carismática y carácter depresivo, el joven combinó el interés por la literatura con los estudios de ciencia; después de licenciarse en Química, se volcó en la física cuántica y empezó a moverse en círculos izquierdistas, de los que se distanció cuando estalló la segunda guerra mundial y, de forma aún más acusada, cuando en 1942 fue elegido para liderar las investigaciones del Proyecto Manhattan.

La explosión de la 'Trinity'

“El optimismo del doctor Robert Oppenheimer se cayó / al llegar a la primera valla”, dice la letra de una canción de Billy Bragg. De acuerdo con el relato que hacen Kai Bird y Martin J. Sherwin, esa valla fue la explosión, el 16 de julio de 1945, de la primera bomba atómica (la ‘Trinity’) en el desierto de Nuevo México. El éxito de la prueba ensombreció el ánimo del científico, que empezó a dudar de la conveniencia de usar el artefacto en la guerra contra Japón. Años después, relataría que al contemplar la nube en forma de hongo que se elevaba al norte de Alamogordo recordó unos versos del texto sagrado hindú ‘Bhagavad Guitá’: “Ahora he devenido muerte, el destructor de mundos”.

La profecía se cumplió con la devastación de Hiroshima y Nagasaki. Pocas semanas después, Oppenheimer explicitó su desazón y su sentimiento de culpa en una reunión con el presidente Harry S. Truman, nada menos. “Siento que tengo las manos manchadas de sangre”, le dijo. La confesión encolerizó a Truman, que más adelante se refirió al padre de la bomba atómica como “ese científico llorica”. La opinión del presidente se vio reafirmada por la intensa campaña que Oppenheimer empezó a desplegar en defensa del control de la escalada armamentística.

Cruzada anticomunista

La firme oposición del físico a los planes para construir una bomba de hidrógeno lo convirtió definitivamente en sospechoso a los ojos del ‘establishment’ de Washington, sumido en plena oleada de histeria anticomunista. Así, mientras la revista ‘Time’ le dedicaba la portada y lo presentaba como un héroe estadounidense y la publicación científica ‘Physics Today’ lo definía como un “un Prometeo moderno” que “ha dado al hombre los mismísimos rayos de Zeus”, Oppenheimer sufría el acoso del Comité de Actividades Antiamericanas, que sacaba a relucir su pasada relación con personas próximas al partido comunista (incluido su hermano Frank) y allanaba el camino para que la Comisión de Energía Atómica, dirigida por el ultraconservador Lewis Strauss, le revocara las credenciales de seguridad que le daban acceso a los archivos del Gobiernoew después de un tormentoso proceso.

Las dos portadas que 'Time' dedicó a Oppenheimer, en 1948 y 1958.

Las dos portadas que 'Time' dedicó a Oppenheimer, en 1948 y 1958. / EPC

Oppenheimer salió de todo este trance convertido en “un animal herido”, un hombre derrotado que se refugiaba en la ironía para expresar su amargura y su decepción. “Han gastado más dinero en pincharme el teléfono que lo que me pagaron por dirigir el proyecto de Los Álamos”, llegó a decir. Privado de todo poder político, siguió trabajando con discreción en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, en Nueva Jersey, y fumando compulsivamente. Tuvo que esperar a la llegada de la administración Kennedy para ver su nombre rehabilitado con la concesión del Premio Enrico Fermi, en 1963. Menos de cuatro años después, el 18 de febrero de 1967, J. Robert Oppenheimer fallecía de un cáncer de laringe.

En un pasaje de su libro, Kai Bird y Martin J. Sherwin relatan una conversación que Albert Einstein y Oppenheimer mantuvieron en marzo de 1950, durante el tiempo en que coincidieron en Princeton. “¿Sabes? –le dijo el físico alemán-. Cuando se le da a un hombre la ocasión de hacer algo notable, después la vida es un poco rara”. “Mucho más que cualquiera –escriben Bird y Sherwin-, Oppenheimer entendió exactamente a qué se refería”.