Dotado con 50.000 euros

Cristina Fernández Cubas, maestra del relato, gana el Nacional de las Letras Españolas

El fallo ha destacado "el dominio fascinante del empleo de la concisión para narrar historias, que se nutren de la literatura fantástica, y que hace llegar al lector de manera intensa hasta cambiar la forma de entender las cosas"

La escritora Cristina Fernández Cubas.

La escritora Cristina Fernández Cubas. / EUROPA PRESS

Elena Hevia

El Nacional ya se asomó a la vida de Cristina Fernández Cubas (Arenys de Mar, Barcelona, 1945) con el de Narrativa para ‘La habitación de Nona’, un libro que marcó un antes y un después en su trayectoria por su regreso a la escritura tras sortear las amarguras de la viudedad. Ese premio y el de la crítica ensancharon su reconocimiento popular. Era 2016 y un acto de justicia para la que es sin duda la gran maestra del relato de tintes fantásticos o inquietantes, rara avis en la literatura española y una de las que primero normalizó ese punto de vista irreal en castellano. Siete años más tarde le llega un Nacional de las Letras Españolas de ley que premia toda su trayectoria. “Por el dominio fascinante del empleo de la concisión para narrar historias que se nutren de la literatura fantástica, y que hace llega al lector de manera intensa hasta cambiar la forma de entender las cosas”, ha sido la argumentación del jurado.

Al otro lado de la línea telefónica, una sorprendida Fernández Cubas está empezando a creerse de verdad que ella ha sido la elegida. “Llevo muchos días fuera de casa viajando por distintas ciudades y esta mañana había decidido poner orden en mis últimos escritos cuando me ha interrumpido una llamada telefónica para anunciarlo. Estoy emocionada y no solo por haberlo ganado sino por las muchas muestras de alegría que estoy recibiendo”.

Una voluntad heroica

Aunque ahora la realidad sea otra, Fernández Cubas sí se sintió un tanto sola en un terreno literario, el cercano al fantástico, en sus inicios, allá por los años 80. Fue cuando su amiga y editora Esther Tusquets apostó por ella con las extraordinarias ‘Mi hermana Elba’ y ‘Los altillos de Brumal’, pese a que entonces los cuentos eran literalmente veneno para las librerías. Nadie compraba libros de cuentos, nadie los leía. “Publicar entonces fue una heroicidad. Ahora se publican, se leen y se consideran los libros de relatos, incluso hay editoriales especializadas en ellos”. 

Tampoco ayudaba mucho su querencia por el fantástico porque la tradición mayoritaria en castellano ha sido realista. Ella, sin embargo, no está de acuerdo que su literatura se desarrolle íntegramente en ese terreno: “Creo que como ha dicho el jurado –no he leído el acta, pero sí me lo han contado- mis historias suelen estar en el umbral entre dos realidades, aunque también tengo historias que no son fantásticas. Lo que sí he tenido siempre es un cuidado especial con la verosimilitud. Lo que cuentas por raro que parezca o porque desafíe la razón de una forma contundente debe hacer que al lector le parezca creíble siempre dentro de esas reglas extrañas que previamente has creado”.

Lo que le contaba la niñera

La autora suele decir que le debe todo a su infancia. A los cuentos de Poe que le leía su hermano mayor en la casa de familia pudiente en Arenys, donde se crio. Pero sobre todo a las historias que le contaba su niñera, antes de que ella aprendiera a leer: “Eran relatos truculentos y de sucesos que yo escuchaba embelesada. Ella me hizo viajar por países imaginados con sus historias y yo pasados los años la he hecho viajar a ella cuando la menciono en los países que he visitado. Le debo tantas cosas…”.

El trayecto hasta llegar este Nacional ha sido largo. Sabe que desde el principio un pequeño grupo de lectores fieles no ha dejado de acompañarla. Eso lo da por descontado. Andando los años, sus libros han acabado siendo lectura obligatoria en bachillerato, haciendo que muchas niñas se enamoraran de sus propuestas aventureras, viajeras y fantasmales y la adoptaran como modelo de cómo se podía escribir de otra manera. Esa responsabilidad no ha acelerado el ritmo pausado y cadencioso de su escritura, cocida a fuego lento y sin mirar por el rabillo del ojo a las ventas. Le da apuro presentarse como pionera, pero contempla con satisfacción el trabajo de las jóvenes y numerosas escritoras latinoamericanas y españolas dedicadas al relato a tiempo completo. “Me siento muy acompañada en ese sentido, no solo como escritora sino también como lectora. Somos multitud y esto está muy bien”. Y ahora, a por el Cervantes.