No hubo ninguna moratoria más. Martín-Delgado era un condenado a la pena capital que permanecía en el corredor de la muerte desde la cuarta jornada. En las últimas siete semanas, el juez supremo, José Manuel García Osuna, había mantenido vida al entrenador que, como sucede con otros 10 futbolistas de la plantilla, él representa. No obstante, sólo un milagro le iba a salvar este domingo de recibir la inyección letal, toda vez que hasta el presidente, José Laparra, había anunciado en público la drástica decisión en caso de no ganar el Lorca. El 0-0 fue la sentencia del toledano, que deja al Castellón último, con seis puntos en 10 jornadas, a cuatro de la salvación, además de la eliminación copera.

Se veía venir. Martín-Delgado pudo ser ejecutado al perder 1-2 contra el Hércules. Entonces, puso su cargo a disposición del club, que le aceptó la dimisión. El empate ante el Ciudad de Murcia, logrado jugando con 10 durante casi media hora, fue la primera prórroga de la sentencia. La victoria ante el Tenerife, la derrota en Gijón con buena imagen y un grave error arbitral y el 0-0 frente a un Valladolid al que mereció ganar, le mantuvieron en su cargo. Pero el 2-0 en Eibar, en un partido vital, terminó de socavar las esperanzas de vida que aún le quedaban. Con el pitido final, los hechos se desencadenaron: el consejo de administración, en una reunión que ya tenían prevista, le cortaba la cabeza.

"Os comunico que el consejo de administración ha decidido que Martín-Delgado no siga. El martes (cuando la plantilla vuelva a los entrenamientos), Emilio Isierte se hará cargo del equipo y, en los próximos días, comunicaremos quién es el próximo entrenador", certificaba Laparra, quien añadió: "Ha sido una decisión unánime del consejo. Hemos intentado confiar en él, pero la situación era insostenible".

TRISTE DESPEDIDA Martín-Delgado abandonaba Castalia prácticamente solo. Miguel Ángel Ludeña, el gerente de la entidad albinegra, fue de los pocos que le consoló. El técnico toledano todavía tuvo que pasar un último mal trago al abandonar el estadio. Medio centenar de aficionados esperaban a las puertas del estadio, alguno de los cuales aporreó con las manos el vehículo particular del entrenador.