Lo de mañana en El Madrigal debe convertirse en un modelo para el fútbol continental. Por desgracia, lo normal es relacionar a dos aficiones por su rivalidad, en ocasiones violenta. Las rencillas abundan más a nivel nacional, pero también hay algunas enemistades más o menos clásicas en competiciones europeas: Liverpool-Juventus --después de la tragedia de Heysel--, Madrid-Bayern, o, a nivel de selecciones, Alemania-Holanda o Turquía-Grecia --esta, claramente política--.

Lo extraño es que dos aficiones numerosas puedan convivir en paz y armonía en las gradas de un estadio. Eso es lo que pasa con los seguidores del Villarreal y el Celtic de Glasgow, que en lugar de buscar motivos para el desencuentro, decidieron en su día dar un ejemplo en Europa y unirse por su pasión por el fútbol y por sus respectivos equipos. El idilio entre escoceses católicos y amarillos ya dura tres años, desde que ambos clubs cruzaran sus caminos en la Copa de la UEFA y se consolida día a día.

Desde aquí, hay que dar la más sincera enhorabuena a la peña Celtic Submarí, precursora de este hermanamiento sin paragón en el fútbol continental, y que además ha sabido aprovecharlo para colaborar --no solo de palabra, sino también con dinero-- con causas tan loables como la lucha contra el cáncer infantil y la esclerosis múltiple. Enhorabuena.