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UN CAMPEÓN DE LA VIDA

Si no llegan los brazos está el corazón

David Mata es un almazorense de 39 años empeñado en demostrar que las barreras físicas no existen a la hora de practicar deporte de alto nivel H Tras perder los dos brazos en un accidente laboral es cinturón negro de kick-boxing, duatleta, ciclista...

Si no llegan los brazos está el corazón

Un campeón no es el que gana siempre, sino el que siempre lucha por ganar. Cada segundo de la vida de David Mata es una pelea constante por superar los numerosos pulsos que se le colocan ante sí desde que perdió sus dos brazos en un accidente laboral hace 20 años. Y cada día consigue colgarse una medalla de oro al cuello porque suma por victorias todos los retos que se le ponen delante. Es un campeón con mayúsculas.

David siempre insiste en que no quiere dar lástima. Después de tan solo dos minutos de conversación con él, consigue el efecto contrario e inyecta en vena una dosis de un millón de toneladas de energía, optimismo, ganas de vivir y hacer felices a los demás. Su vida sí tiene un montón de obstáculos que él se dedica a superar cada día, siempre con la filosofía de observar que su botella no solo está medio llena, sino que rebosa positivismo y bonhomía. Ha conseguido que su existencia siga siendo la misma tras un accidente laboral que le dejará maltrecho y por el que perdiera sus dos brazos, después de permanecer 15 días en la UVI. Un 11 de marzo de 1998, una máquina le absorbió y le arrancó una de sus extremidades, le partió siete costillas, le agujereó un pulmón, le fracturó la mandíbula y le dejó decenas de heridas por todo el cuerpo. En el hospital Gran Vía, los médicos tuvieron que amputarle el otro brazo para salvar su vida. Al despertarse se dio cuenta de la situación. Desde el primer momento percibió que solo le quedaban dos opciones: quedarse en casa y lamentar su mala fortuna o salir a la calle y luchar cada día para ser el mismo David Mata de antes del accidente. Con solo 20 años afrontaba la segunda oportunidad que le había dado la vida.

Y tomó la decisión de luchar y luchar. Donde no iban a alcanzar los brazos, lo haría su corazón. El deporte fue su gran instrumento en su reivindicación constante de vivir con toda normalidad. «Cuando alguien me dice qué pena, le digo: ¿Tú sabes la vida que yo llevo sin ellos? Y es así. Yo hago un sinfín de cosas al final del día», reivindica con orgullo este almazorense de 39 años, que nada, corre, monta en bicicleta, esquía y es cinturón negro y segundo dan de kick-boxing. Casi nada.

Su aventura comenzó nada más salir del centro de rehabilitación de Levante. Le reconstruyeron el muñón izquierdo del que saca tanto o más partido que cualquier persona de su brazo. «Los muñones me ayudan a muchas cosas por pequeños que sean», explica David con una sonrisa de oreja a oreja que forma parte de su fotografía vital.

La natación

«No quería quedarme en el sofá de casa y elegí salir a la calle y hacer mi vida, como antes del accidente. El primer día fui al mismo bar de siempre a tomar café con normalidad», recuerda. Su pelea contra las barreras que se le ponían por delante empezó en la piscina que regentaban sus suegros en Vila-real y continuó en la piqueta municipal, donde coincidió con los inicios de Dani Vidal. «Le veía nadar e iba como una lancha. Yo tenía que ponerme aletas para seguirle», comenta con buen humor. «Empecé con la natación, y me venía bien porque me daba equilibrio; pero me di cuenta de que no me motivaba llegar a algo nadando», apunta, pero a la vez descubre el nuevo reto que acabó alcanzando con mucho trabajo, amor propio y ese valor que David Mata le echa a todo: «Aunque parezca difícil, yo jugaba a fútbol, fútbol 7 y fútbol sala, aunque este último era complicado en mi situación. Y decidí meterme en un gimnasio de artes marciales».

Cinturón negro y atletismo

David se introdujo en el kick-boxing, disciplina en la que consiguió ser campeón de España de artes marciales, después de ganarse a pulso el cinturón negro y obtener nada más y nada menos que el primer y el segundo dan. David es, además, instructor y árbitro nacional. Este deporte le sirvió de plataforma para meterse en el running. «Empecé a correr para tener más fondo y preparar los exámenes de cinturón negro, porque el físico es muy importante para pasar pruebas de casi dos horas. El primer dan me costó siete años. Es lo normal para todos, porque se requiere mucha preparación», relata con esa normalidad que preside su vida.

Su primer 10K lo cubrió en 58 minutos; hoy ya ronda los 50. Todavía le quedan tres retos más en su agenda del 2017: la media maratón de Castellón (22 enero), una maratón y la Marató i Mitja.

Sus amigos bromean con él y aluden a esa dosis de locura bendita que le acompaña después de perder sus dos extremidades superiores. Razón puede que no les falte, porque este almazorense que imparte cursos de autoayuda, un buen día decidió subirse a una bicicleta. Primero una sin acoples, que frenaba con el pie, «como cuando éramos niños», y cambiaba las marchas con la boca. «No me caí nunca pero tiré la bicicleta varias veces», explica con tono de complicidad.

Una tarde le dio una vuelta de tuerca más a su espíritu intrépido y entró en el taller de su amigo Néstor para pedirle que le hiciera una bici adaptada. «Me miró y pensó que había una cámara oculta e iba de cachondeo», sonríe recordando la escena. Soldadura, ingenio y tornillos hicieron el resto para que David siguiera moldeando un nuevo desafío. «La probé en el polígono de Almassora y de allí ya me fui solo al Grao. Me diseñó un sistema de frenado en las dos ruedas para que no derrapara y unos acoples. Luego, poco a poco, fuimos cambiando cosas gracias a Carlos Romero, El Llebra», apunta, describiendo con gestos su ingenio mecánico con el que también ha hecho bajadas de montaña. «No te asustes», bromea, con humor.

Para David, lo imposible solo tarda un poco más. Y verle compitiendo en un duatlón se convirtió en una derrota a las quimeras, a las barreras, pero sobre todo en una demostración del sueño americano extrapolado a sus retos físicos. Solo se encontró con la imposibilidad de competir en algunas pruebas en las que no le dejaban hacerlo aludiendo motivos de seguridad, por lo que no pudo luchar codo a codo con gente sin discapacidad física. Y ganó en su categoría en Almassora, Onda y Cheste. En el Mundial de Avilés ganó el bronce.

El reto de la nieve

Y le quedaba sentir la sensación de esquiar. La probó en Andorra, con todo el personal de la estación invernal pendiente de él: «Me puse los esquíes y me tiré, pero me di cuenta enseguida que no era para mí. Los del telesilla estaban alucinados…». Y no era para menos. «Si me dicen que estoy loco, yo les digo que muchos cuerdos quisieran estar como yo para hacer estas cosas», enfatiza.

No para. Es inquieto, locuaz, simpático y rebelde. Y tiene una chispa especial. «El único día que me puse los brazos ortopédicos fue para casarme. Quería ponerle el anillo a mi mujer. Hago más cosas sin ellos que con ellos. Pienso que lo que no me sirve para mi vida diaria, no me sirve. Sé quién soy, de dónde vengo y a dónde voy», concluye. Donde no llegan sus brazos, lo hace su gran corazón. Un ejemplo de amor a la vida y al prójimo.

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