Hace unos días concluyó la COP25 y ¡oh!, ¡sorpresa!, sin ningún avance significativo. Había grandes esperanzas en esta cumbre del clima por parte de los colectivos y organizaciones de la sociedad civil, incluido el movimiento de la juventud por el clima. El momento era propicio: los datos son contundentes y presentan un panorama inhóspito si seguimos como hasta ahora. El tiempo que tenemos para incorporar los cambios es muy breve y lo que tenemos que cambiar es prácticamente todo.

Pero no debería extrañarnos esta falta de avances, pues llevamos 25 COP, 25 años de diálogos y negociaciones en los que las emisiones no han cesado de subir. En estos 25 años se ha emitido la mitad de todo el CO2 emitido por la humanidad desde la revolución industrial. En estos 25 años han empeorado todos los parámetros relacionados con la biosfera y con el clima, además de las desigualdades e injusticias sociales.

Y si seguía habiendo esperanza en esta COP, tras la reiterada ineficiencia de las anteriores, debe ser porque la esperanza es lo último que se pierde. Pero si de algo ha servido esta cumbre, es para evidenciar todavía más la desconexión entre la grave situación en la que se encuentran los ecosistemas y el clima y la percepción que tienen gobernantes y empresas. Tenemos los datos y tenemos los medios, lo único que hace falta es voluntad de actuar.

En este panorama sombrío, las universidades se han venido manteniendo al margen. En la cumbre hubo un tímido llamamiento a la acción por parte de los rectores de las universidades españolas reunidos en la CRUE, pero sin medidas concretas ni compromisos vinculantes.

Y, puesto que se ha puesto de manifiesto que ni los gobiernos ni las empresas nos salvarán del desastre climático y ecosistémico, es el momento para que las universidades ejerzan su papel de servidoras de la sociedad. Es el momento de que actúen de forma valiente, de acuerdo con el consenso científico y contribuyan a construir un nuevo modelo social en un planeta más caliente, con menos comida, menos agua y menos energía, en el que tenemos que aprender a vivir y a convivir.

Pero no podemos olvidar que el problema no es el clima, ni la pérdida de biodiversidad, ni la acidificación de los océanos ni la contaminación por plásticos. Esos son los síntomas. Solo reconociendo que en la raíz del problema están los modelos de producción y consumo, podremos transformarlos para que podamos vivir dentro de los límites de lo que el planeta nos ofrece.

Ha llegado el momento de que la acción tome el relevo a la esperanza, y por eso pedimos a la Universitat Jaume I que ponga la crisis climática y ecosocial en el centro de sus prioridades e impulse los cambios en la docencia, la investigación y la gobernanza del campus que permitan evitar los peores escenarios futuros.

Queda poco tiempo y tenemos la oportunidad de construir nuevos modelos de convivencia que reduzcan nuestros excesivos consumos materiales pero que aumenten nuestra calidad de vida con ingredientes como la solidaridad, la ayuda mutua, la cooperación, así como más tiempo para relacionarnos o la reconexión con la naturaleza y con los saberes tradicionales.

Confiamos en que la Universitat Jaume I estará a la altura de su responsabilidad y dotará a la sociedad, a la que sirve, de las herramientas que necesitamos para, primero entender nuestro impacto en el planeta y, después, facilitar las transformaciones para convivir de la forma más armoniosa posible en las nuevas condiciones que hemos creado.

*Associació universitaria Comunitat UJI x Planeta