Subió al vehículo oficial aparcado en el patio del Congreso que había de llevarlo de regreso a la Moncloa tras su baldía reunión con Pedro Sánchez con la certeza de que en cuestión de 24 horas iba a volver a ese mismo escenario para someterse a un destino que le tortura: convertirse en el segundo candidato de la democracia española que fracasa en su intento de investidura como presidente del Gobierno.

Mariano Rajoy se marchó convencido de que ese episodio de la historia iba a escribirse más por el empeño personal del jefe de los socialistas de hacerle morder el mismo polvo que él tragó el pasado mes de marzo, cuando solo logró 130 apoyos en un intento fallido, que por argumentos políticos que justifiquen un rechazo que deja al país al borde del esperpento de unas terceras elecciones. Dolido y enfadado como nunca sus colaboradores le habían visto, el líder conservador está determinado a conseguir el único triunfo al que todavía puede aspirar, ganar la batalla de legitimidades.

Los 170 votos que ha conseguido tras amarrar los pactos con Ciudadanos y Coalición Canaria y el no inamovible de Sánchez despejan cualquier incertidumbre sobre el resultado, que será previsiblemente negativo tanto mañana como el viernes. Perdida la contienda aritmética, Rajoy va a concentrarse en ganarle a Sánchez un duelo menos tangible pero más relevante a medio plazo, el del liderazgo.

¿Por qué tiene tanta trascendencia ese triunfo? Porque todos los escenarios siguen abiertos y ambos dirigentes necesitan salir fortalecidos del ritual del envite parlamentario para afrontar el futuro inmediato. Tanto si hay otro intento de investidura hasta la convocatoria de elecciones en Navidad, como si se repiten los comicios generales, contarían con el espaldarazo de una victoria -numérica o moral- ante su electorado y sus partidos.

PROTEGER EL SILLÓN / De ahí el empeño de Sánchez en transformar la culpa que trata de endosarle el PP en coraje para no ceder al «chantaje», y la cerrazón de Rajoy en reivindicarse como el adalid de los intereses de España frente a un líder del PSOE que solo quiere proteger su sillón. En medio, en una autoatribuida función de árbitro, Albert Rivera dijo que no tira la toalla y que hasta la votación del viernes hay tiempo para convencer a los socialistas.

El candidato del PP blandirá en su discurso ante las Cortes que saca 52 escaños al segundo partido más votado el 26-J,como ayer recordó tras su esteril reunión, de apenas media hora, con Sánchez.

Sabedor del resultado de la votación, adelantó que, si no logra ser investido esta semana, volverá a presentarse en el plazo de los dos meses establecido por la Constitución y que pedirá, de nuevo, el apoyo a Sánchez. «Yo lo voy a seguir intentando por responsabilidad», anunció, sin aclarar qué movimientos tiene previstos para lograr que el PSOE mude de opinión en una segunda investidura. Y en todo caso, queda la duda: ¿hay algún ofrecimiento que el PP pueda hacer al PSOE para lograr que pasen del no a una abstención?

Aparentemente ajeno a estos planteamientos, el secretario general de los socialistas alegará en su discurso que sus votantes le eligieron para echar al PP de la Moncloa, pero de momento no desvela movimientos más allá de esta semana.

Tras el encuentro con Rajoy, ni siquiera confirmó que vaya a presentar su candidatura para un gobierno progresista si falla el popular -lo que implicaría un acuerdo con Podemos y los nacionalistas que la cúpula del PSOE veta- o que desestime esa opción. Respondió Sánchez, críptico: «Cuando lleguemos a ese río, cruzaremos ese puente».

EXTREMOS OPUESTOS / «Los procesos de investidura son procesos vivos, cambian, son dinámicos», esbozó, sin llegar a concretar cómo puede sostener a la vez extremos opuestos: el no a Rajoy y el no a las terceras elecciones. Respecto a los disensos en las filas socialistas, recordó que las decisiones en su partido son colegiadas y afirmó que convocará al comité federal cuando haya «hechos nuevos que puedan cambiar la posición del PSOE». Sánchez eludió explicar a qué hechos se refería, adujo que no se pueden adelantar escenarios y que toda la responsabilidad la sigue teniendo Rajoy.

Su indefinición mantiene en vilo al resto de grupos de la Cámara, que votarán sin saber si existe un plan b socialista que emerja tras los comicios en Euskadi y Galicia del 25 de septiembre. Pendiente de ese movimiento está, sobre todo, Podemos, que dice desear una propuesta progresista de Sánchez pero observa con escepticismo sus movimientos. En esa posición tan incómoda, Pablo Iglesias saldrá mañana con dureza contra Rajoy y tenderá la mano a Sánchez, a pesar de que votó en su contra cuando se sometió a la investidura con un discurso tan áspero -con citas como la de la cal viva- que dinamitó toda confianza. Tras esa ruptura, Iglesias y Sánchez no han sido capaces de construir una relación fluida.

COBARDÍA Y VODEVIL / ERC no va a mostrar tanta paciencia. Sus dirigentes ya han explicado que les parece que la actitud del líder de los socialistas es de una gran «cobardía política» e insisten en que este «vodevil» se podría haber evitado si, en marzo, Sánchez hubiese asumido el referéndum en Cataluña para lograr un gobierno progresista.

Para el Partit Demòcrata (ex-Convergència Democràtica), todo es un «postureo» que no lleva a ninguna parte, un guion del que ya se conoce el final. Lo cierto es que el final que se conoce es solo del episodio de la investidura, pero no de las siguientes batallas, que, salvo operación ex machina, va camino de convertirse en una saga política a la que la ciudadanía asiste perpleja. H