Rodney King no fue en su vida un icono al uso y tampoco lo ha sido en su muerte. Ayer la policía encontró en el fondo de la piscina de su casa en Rialto (California) el cadáver de King, que tenía 47 años. No hay indicios de asesinato. Y con ese ahogamiento acabó la vida de un hombre de raza negra cuya brutal paliza a manos de la policía en Los Ángeles en 1991 y la exoneración, un año después, de los cuatro agentes blancos responsables, no solo conmocionaron a EEUU y al mundo y provocaron las peores revueltas de la historia de la ciudad californiana, sino que marcaron uno de los puntos de inflexión en el eterno debate sobre la raza en EEUU.

DIFÍCIL FAMA La trascendencia que cobró su figura siempre le pesó a King, un trabajador de la construcción con problemas de abuso de sustancias que había tenido encontronazos con la ley antes de la paliza del 3 de marzo de 1991 y los siguió teniendo tras convertirse en un símbolo a los 25 años. "La gente me mira como si tuviera que ser como Malcom X o Martin Luther King o Rosa Parks", decía semanas atrás, cuando en el 20° aniversario de las revueltas presentó sus memorias, The Riot Within (La revuelta interior). "No quieres defraudar a la gente, pero es difícil cumplir las expectativas".

Su vida cambió tras los hechos de 1991 y las revueltas de 1992, que, después de tres días de violencia, intentó aplacar compareciendo en una rueda de prensa y pronunciando su famoso "¿No podemos llevarnos bien?" Y aunque en 1994 logró que un jurado obligara a la ciudad de Los Ángeles a pagarle 3,8 millones de dólares por violación de sus derechos civiles, su vida siguió dando tumbos alcohólicos y en 1996 volvió a la cárcel. Hace poco confesó que estaba arruinado.

Una de las integrantes de ese jurado, Cynthia Kelly, su actual pareja, lo encontró muerto en la piscina. En la promoción de sus memorias, King dijo haber perdonado a los policías. Y añadió que no eliminaría esa noche de marzo: "Cambió las cosas; hizo del mundo un sitio mejor".