Setenta minutos de vuelo hasta su guarida siria. Dos horas de operación militar. Un hombre infame entre los muertos: Abu Bakr Al Bagdadi, el terrorista más buscado del mundo, fundador del Estado Islámico (EI), la milicia fundamentalista que trató de redibujar el mapa de Oriente Próximo con un califato levantado a golpe de fanatismo y violencia extrema.

«Ha muerto como un perro. Ha muerto como un cobarde. El mundo es hoy un lugar mucho más seguro», proclamó Donald Trump el domingo desde la Casa Blanca. El anuncio puso fin a 72 horas frenéticas que culminaron con una de las mayores victorias de Trump en política exterior tras haber desterrado al EI de todos los territorios que controlaba en Siria e Irak.

Pero el relato de la misión que acabó con «el jeque invisible» es más una impugnación del presidente de EEUU que una reivindicación de sus políticas. Nada hubiera sucedido sin el trabajo de los servicios de inteligencia o el apoyo de los aliados extranjeros, objeto unos y otros de la desconfianza permanente del republicano. A lo que hay que sumar las complicaciones derivadas de su decisión de retirarse de Siria hace tres semanas que, según fuentes de The New York Times, obligó a acelerar la operación contra Al Bagdadi para evitar que el mando estadounidense perdiera el control de sus activos y fuentes sobre el terreno.

Meses de trabajo

Las primeras pistas sobre su paradero llegaron el verano pasado tras el arresto de una de las mujeres del líder del EI y uno de sus mensajeros. Lo situaban en un pequeño pueblo del noreste de Siria, controlado por una milicia afiliada a Al Qaeda. Según los medios estadounidenses, los indicios siguieron acumulándose con la ayuda del espionaje kurdo, iraquí y turco hasta el pasado jueves, cuando la Casa Blanca supo que había «una alta probabilidad» de que Al Bagdadi se encontrara en una modesta vivienda de Barisha, un pueblo de 3.000 habitantes al norte de Idleb y pegado a la frontera turca. Un día después el Pentágono entregó al presidente un menú de opciones para llevar a cabo la operación. Si Trump estaba nervioso, no lo demostró. Ese mismo viernes se fue a Camp David a celebrar con su familia los 10 años de matrimonio de su hija Ivanka con Jared Kushner. Y pasó la mañana del sábado jugando al golf antes de recluirse, por la tarde, en la Situation Room de la Casa Blanca para seguir la operación, grabada desde el aire por aviones de reconocimiento.

En plena noche del sábado en Oriente Próximo, ocho helicópteros y varios aviones de combate partieron de la base estadounidense de Al- Asad en Irak en dirección a Barisha. Rusia, Turquía, Siria e Irak fueron informados con antelación.

Una vez en Barisha, los helicópteros dispararon para proteger a los comandos de la Delta Force en su descenso. Las fuerzas especiales volaron una pared para evitar posibles trampas explosivas en la puerta principal. Dentro encontraron algunos militantes y mujeres, pero también hasta 11 niños que lograron poner a resguardo. Al Bagdadi trató de escaparse por un túnel junto a tres de sus hijos y acabó inmolándose con un chaleco explosivo, según la version oficial. «Murió después de meterse en un túnel sin salida mientras sollozaba, lloraba y gritaba», dijo Trump, apoyándose en la información que habría recibido de los militares al frente de la operación.