El conflicto de Oriente Próximo

La guerra de Gaza ahonda la división de los bloques ideológicos y generacionales en EEUU

Debates alrededor de antisionismo y antisemitismo y choques sobre la libertad de expresión o por el respaldo de la Casa Blanca a Israel tensan campus universitarios, calles o restaurantes

Una protesta en Nueva York contra los bombardeos de Israel en Gaza.

Una protesta en Nueva York contra los bombardeos de Israel en Gaza. / EFE

Idoya Noain

La guerra de Gaza ha abierto un frente de batalla también en Estados Unidos. Desde los ataques terroristas y la toma de rehenes de Hamás el 7 de octubre y la agresiva y prolongada respuesta militar de Israel, el conflicto ha incendiado la sociedad estadounidense y ahonda la división de los bloques ideológicos y también generacionales.

Posiciones enfrentadas, debates alrededor de antisionismo y antisemitismo, y choques sobre la libertad de expresión o por el respaldo inquebrantable de la Casa Blanca de Joe Biden a Israel en su campaña militar llevan meses tensando campus universitarios, calles, restaurantes y otros negocios y los escenarios de poder en el país. Y a 10 meses de las elecciones presidenciales, todo está enmarañado ya en las profundas guerras culturales que los republicanos han hecho centrales en su modus operandi político.

Bloque republicano y división demócrata

Aunque poco más del 25% de los más de 7,5 millones de judíos estadounidenses se identifican como republicanos, según datos del Centro Pew, es el partido conservador el que desde el 7 de octubre ha enarbolado sin prácticamente fisuras la causa israelí. De los mismos líderes republicanos que señalan a George Soros dentro de la conspiratoria teoría del "gran reemplazo", que han sido permisivos y algo más con movimientos y figuras neonazis, llegan ahora los más contundentes mensajes de denuncia del supuesto antisemitismo rampante en EEUU, donde se han disparado en los últimos meses los incidentes antisemitas, pero también han aumentado los de islamofobia.

En el Partido Demócrata, mientras, aunque se mantiene la sensibilidad extrema a los intereses de la comunidad judía y un respaldo dominante al derecho de defensa de Israel, las voces no son unánimes. Desde el primer momento y cuanto más se va agravando el drama humano y humanitario en Gaza, el ala progresista ha estado reflejando más las posturas que dividen a sus propias bases. Y entre estas son especialmente los jóvenes y minorías los que han mostrado una evolución en referencia a la causa palestina, permeada con más intensidad por ideas de justicia racial y social que ganaron tracción en movimientos de protesta tras el asesinato de George Floyd, y en una voluntad de poder criticar y denunciar las acciones más cuestionables de Israel.

Esas divisiones se han reflejado en un par de ocasiones señaladas en el Congreso. En noviembre, 22 demócratas se unieron a los republicanos para aprobar en la Cámara Baja controlada por los conservadores una resolución de censura a Rashida Tlaib, la única congresista de origen palestino, acusándole de "promover falsas narrativas" sobre los ataques de Hamás y de "pedir la destrucción del Estado de Israel" por haber usado el lema "desde el río hasta el mar". Y el mes siguiente, cuando los republicanos presentaron una resolución que equiparaba el antisionismo con el antisemitismo, que se aprobó con 311 votos a favor, 95 eran de demócratas. Pero 13 (y un republicano) votaron en contra y 92 demócratas se abstuvieron, incluyendo destacados judíos como Jamie Raskin y Jerry Nadler, que recordó que "es simple: no todo el antisionismo es antisemitismo".

Más que combate de antisemitismo

Conforme las líneas entre libertad de expresión, censura y discurso de odio se emborronan los republicanos están aprovechando también para derivar debates y divisiones hacia el terreno de las guerras culturales y nada como la dimisión esta semana de Claudine Gay, la rectora de Harvard, ejemplifica esa estrategia y el momento.

Ella fue una de las tres presidentas de universidades de la prestigiosa Ivy League, junto a las de Penn y el MIT, que el 5 de diciembre testificó ante el Comité de Educación de la Cámara Baja en una sesión convocada en respuesta a acusaciones de antisemitismo desatado en las protestas propalestinas en sus campus desde el 7 de octubre. Aquella comparecencia, donde ofrecieron respuestas legalistas y eludieron hacer condenas inequívocas ante hipotéticas llamadas al genocidio judío, fue una debacle.

Tanto Gay como Liz Maguill, rectora de Penn, se disculparon a posteriori. La segunda, que ya estaba en el disparadero por haber organizado una conferencia de literatura palestina en septiembre, dimitía solo cuatro días después, bajo presiones políticas y de grandes donantes de la universidad de retirar fondos, vitales para su presupuesto de 30.000 millones de dólares.

Esas presiones también se dieron en el caso de Harvard (50.000 millones de presupuesto) y de su rectora. Aunque mantuvo inicialmente el respaldo de la corporación que rige la universidad y de buena parte del claustro, desde la derecha se abrió una campaña que expuso episodios de plagio en su trabajo académico. Y este martes Gay, la primera presidenta negra de Harvard, hija de inmigrantes de Haití, anunciaba su renuncia.

Raza, género e identidad

En lo sucedido muchos identifican algo que va mucho allá de una decidida lucha contra el antisemitismo y claramente entra en la guerra abierta por la derecha en cuestiones de raza, género e identidad, especialmente desde el mandato de Donald Trump.

De combates en los estados y en escuelas se ha pasado a una campaña nacional republicana contra la educación superior, donde los conservadores acusan a las universidades, especialmente las de élite, de ser intolerantes con sus voces, incubar una izquierda supuestamente radical y vivir demasiado preocupadas por cuestiones de raza e identidad.

La celebración de la dimisión de Gay de Elise Stefanik, la congresista republicana ultra que fue protagonista en el interrogatorio de las rectoras, no dejó lugar a dudas del objetivo. "Esto es solo el principio de exponer la podredumbre en nuestras más 'prestigiosas' instituciones de educación superior", aseguró esta semana la representante neoyorquina, que declaró el sistema universitario "fundamentalmente roto y corrupto" no solo por el antisemitismo, sino también por las iniciativas de Diversidad, Igualdad e Inclusión (DEI por sus siglas en inglés). Y Christopher Rufo, el activista conservador que ayudó a publicitar las acusaciones de plagio de Gay, también celebró: "Esto es el principio del fin de DEI en las instituciones de EEUU".

Se extiende ahora la preocupación por que el Congreso entre en cuestiones de libertad académica y en otros temas de las universidades. Y la propia Gay escribió un día después de su renuncia una columna en 'The New York Times' en la que avisó que lo sucedido en su caso es "parte de una guerra mayor", advirtiendo de que lo que se intenta es "erosionar la confianza ciudadana en uno de los pilares de la sociedad estadounidense".

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