Ya está en la historia de Cataluña como un gran presidente y en la de España como un gran estadista. Ni los enemigos frontales ni quienes discrepan de forma más matizada de su gestión pueden negar o recortar el papel fundamental de Jordi Pujol en la recuperación de la identidad nacional catalana. A partir de tres rasgos personales (el conocimiento profundo de Cataluña y una gran curiosidad por ampliarlo, la capacidad de liderazgo y grandes dosis de prudencia), este enamorado de su país ha sabido dirigirlo durante 23 años.

Pujol ha desbordado, además, este plano doméstico. Fue uno de los grandes protagonistas positivos de la transición española y tiene reconocimiento internacional como uno de los líderes políticos más destacados de cuantos han gobernado territorios que no son Estado. Estas consideraciones no responden a la siempre conveniente buena educación y generosidad que merece la mayoría de quienes dejan el primer plano social por razones de edad. El hasta ahora presidente de Cataluña se ha ganado objetivamente el agradecimiento por los aspectos positivos de su gestión, superiores a los desacertados. Por eso, no es una concesión retórica haber iniciado este juicio editorial aludiendo a su lugar en primera línea de la historia del país.