Si todavía viviera Perot de Granyana, el humilde agricultor que encontró la pequeña imagen de la Mare de Deú del Lledó en 1266, indudablemente sería el vecino más popular y respetado de El Toll. Y es que si algo caracteriza a la demarcación urbana de la plaza María Agustina y adyacentes es, sin dudarlo, ese espacio de devoción, fe y tradición secular de la basílica de la Mare de Déu bajo la advocación más castellonera.

Un Perot de Granyana con su calle dedicada en el sector 10 y que ya no solamente representa la labranza en clave castiza, sino que además es mito y leyenda, transfiguración y tótem, esperanza y consuelo en la referencia máxima de una realidad palpable, el hecho milagroso de la Santa Troballa, el hallazgo jubiloso del icono mariano.

Y, como recuerdo de aquel personaje que sigue estando en la memoria colectiva de los castellonenses, el grupo escultórico del labrador con sus bueyes arando que, realizado en yeso, es obra de Juan Bautista Adsuara, el mejor escultor de la historia de Castellón y uno de los mejores de España, recientemente reivindicado con una exposición colosal en el San Pío V de València.

El Castellón eterno no está exento de personajes singulares. De hombres y mujeres que han forjado el tiempo y el espacio de una historia ferviente y jubilar. Como ese llaurador que tuvo el privilegio de encontrar a la Virgen y, a partir de ese hecho, construir un relato que se ha ido manteniendo a lo largo de los siglos. Porque en ese lugar donde se localizó la pequeña imagen de la patrona se construyó la ermita para, siglos después, convertirse en basílica, en el año 1983, en una declaración que llenó de gozo a los castellonenses.

Perot de Granyana, héroe y triunfo, oración y sacrificio, bondad extrema de los hombres sencillos con la manifiesta perseverancia del elegido, del afortunado que pudo ver por primera vez a la Lledonera debajo de sus toros en el arado. Castellón es Perot de Granyana.