Más o menos bien

Magdalena, como si lo demás no existiera

De alguna manera cruzamos la semana de Magdalena como si lo demás no existiera. Pero existe. Suele ser dramático

Magdalena.

Magdalena. / David García

Enrique Ballester

Enrique Ballester

Si en Magdalena te centras únicamente en salir, no es tan difícil llegar victorioso a la meta. Según mi experiencia, el verdadero problema asoma cuando te toca trabajar al mismo tiempo. Te debates entre dos inercias y casi siempre es más fuerte la que te empuja al desastrito, sin que sepas muy bien por qué. Esa extraña fuerza.

De alguna manera cruzamos la semana como si lo demás no existiera. Pero existe. En el trabajo esto suele ser dramático, pero antes de trabajar ya sufrí este tipo de penitencia. Por lo que fuera, en juveniles nos pusieron en la Liga de Valencia. Al principio nos pareció buena idea, por cambiar y eso. Pero entonces nadie pensó que nos tocaría jugar en Magdalena.

Autobús al infierno

Casualmente o no, nos tocó jugar fuera de casa el segundo domingo de Magdalena. Más casualmente o no, el rival puso el partido a las nueve de la mañana. El entrenador nos citó a las seis en la Farola. Desde ahí saldría nuestro autobús destino al infierno. A veces cierro los ojos en la cama y se me aparecen los rostros desencajados de mis compañeros. He visto autobuses de presos con más entusiasmo que el nuestro. He visto desfiles de zombis con mejores caras que las nuestras. Obviamente ninguno de nosotros había dormido, y en ese ninguno añado al cuerpo técnico. 

Recuerdo que los que no íbamos drogados intentamos dormir un poco, y fue peor: llegamos justo cuando empezábamos a coger el sueño. No lo he pasado peor en un campo de fútbol en mi vida, y he visto siete años al Castellón en Tercera. Mi cerebro dictaba órdenes que mi cuerpo era incapaz de cumplir. Cuando no podía más, aprovechando la formación de una barrera, supliqué al árbitro que pitara el final del partido. Total, ya íbamos perdiendo. Me dijo que él pitaría el final encantado, pero no podía. Pregunté por qué no y me dijo que faltaba media hora. Contesté "ah". Añadió que media hora para el final del primer tiempo. 

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