Más o menos bien

Salir por salir, salir para nada, salir porque sí

Es algo bastante bonito y bastante de Magdalena: salir sin esperar nada a cambio, salir sin un propósito concreto

El Fadrí.

El Fadrí. / David García

Enrique Ballester

Enrique Ballester

Mi hija empezó el instituto este año. Por lo visto, subir ese peldaño hacia la vida adulta conlleva una serie de responsabilidades. Una de ellas es decir «en plan» todo el rato: en plan esto o en plan lo otro. Y otra es quedar con sus amigas para salir en Magdalena. ¿Para qué? Para nada. ¿Por qué? Porque sí. Salir por salir.

Esto es algo bastante bonito, en realidad. Y bastante de Magdalena. Salir por salir, salir para nada, salir porque sí. Salir sin un propósito tangible, material y concreto. Salir para decir he salido. Salir por el mero contraste de no estar dentro. Salir porque somos amigos y así nos vemos. Salir sin esperar nada a cambio. Salir para sentarse en un banco en una plaza y pasar frío mientras avanza el tiempo. 

Cero quejas

De esta nueva tendencia vital de mi hija no me puedo quejar en absoluto, porque yo también lo hice, y de alguna manera lo añoro. Recuerdo la primera Magdalena en la que su madre y yo éramos novios. Podíamos estar cuatro o cinco horas sin hacer nada, en un banco, hablando. Salir por salir: estando. Nos toca ahora estar cinco horas así y me muero, a no ser que antes me pida el divorcio o me dé un ataque de ansiedad por no poder mirar el teléfono.

A mi hija le falta poco. Enseguida llega el momento de salir con un plan o no salir. Muy pronto se acaba eso de salir «en plan» he salido y ya está, y comienza lo de salir para algo. Ese algo --una cena, un concierto, una comida, un cumpleaños, un atraco- se mueve siempre en órbitas concéntricas en torno al dinero. No sabemos socializar de otra manera. Se nos olvida hasta que nos jubilamos, por lo menos.

Porque entonces, como niños de 12 años, los abuelos recuperan los bancos de las plazas. Entonces se vuelve al salir por salir, al salir para nada y al salir porque sí; la felicidad verdadera. Como si durante el tiempo en el que aceptamos el pacto diabólico del trabajo, entre un momento y otro, nos confundiésemos.

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