Con la llegada del mes de febrero, son habituales los actos con sabor magdalenero. Son muchos los nombramientos y los homenajes. No hay que olvidar que desde hace algunos años, la Fundación municipal de Fiestas, a través de la propia Junta Central de Fiestas, concede los galardones conocidos como Fadrí d’Or a las personas o instituciones que a ellos se hacen acreedores por sus aportaciones a las fiestas de la Magdalena. Se entregan habitualmente en un acto que presiden el alcalde o alcaldesa de la ciudad y la reina de las fiestas como prólogo a la primera mascletá festiva.

En mis archivos, aparte de la referencia a 1995, con el testimonio de mis posibles méritos personales, junto al director de Mediterráneo, Jaime Nos y el locutor de Radio Castellón, Crescencio López del Pozo, Chencho, conservó también la referencia a otros varios años, especialmente al de 1997, en el que fueron galardonados el Ateneo, el Centro Aragonés, Conso Jóvena, Ramón y Miguel Miralles, Isidro Salas, Vicent-Pau Serra y la propia Rosita Monfort, anunciada como Rose-Marie Monfort en una esperada fiesta-gala en su honor con el protagonismo dels Cavallers de la Conquesta. Todos estos actos tenían ya el sabor de fiesta grande.

ROSITA. Muchos somos los vecinos de Castellón, también de la provincia, que hemos tenido algún tipo de relación con Rosita Monfort, actriz de gran expresividad, vocalista de dulces armonías, ser humano avanzado a su tiempo. La mía. Mi relación con Rosita dejó siempre aromas y recuerdos de momentos muy gratos. En unas representaciones gozosas de la obra Don Juan Tenorio en aquel Teatro del Raval cuando se llamaba Sindical, coincidimos en el reparto, es decir, en los ensayos, en el escenario, en los camerinos también. Puede que haga cincuenta años de eso, tal vez alguno más. Rosita interpretaba el personaje de Brígida y yo era Luis Mejía: «Buscando yo como vos, a mi aliento empresas grandes, dije, do iré vive Dios que vaya mejor que a Flandes…?».

Un tiempo después, en el Teatro Principal yo tuve que hacer de Melvin Douglas en la espléndida Ninotska en la que Greta Garbo era emulada por Carmen Fernández, la hermana mayor de aquella Maribel que había sido Doña Inés y musa de todos los chicos en las primeras representaciones. Bueno, pues Rosita, era la que nos ensayaba los detalles de las escenas amorosas con gran soltura y naturalidad.

Cuando a principios de este siglo, en la calle cerca de su casa, cuando yo cuidaba de la página de Seres Humanos de Castellón, me paró y me prometió entregarme una foto en la que aparecemos los dos en situación un tanto teatral. Le correspondí asegurándole que iría «un día de estos» a buscar en su casa de la calle Trinidad la foto para mi página. Y no me esperó. Falleció de repente unos días después, en la soledad en la que vivía como hija única.

LA VIDA. Había nacido en Castellón el 27 de mayo de 1920, hija única de Primitivo Monfort y Pepita Ribalta. Después del primer colegio, Rosita sintió una gran vocación como cantante y artista. Las canciones que le llegaban a través de la radio le permitían avanzar en su aprendizaje de modulación. La primera actuación pública tuvo lugar en la plaza Mayor, cantando Carmen, la cigarrera, acompañada por el maestro Pepito García y la Banda de Música de la Beneficencia, aunque también se recuerdan otras interpretaciones como el charlestón con el que cantaba aquello de:

Si me pierdo en New York

que me busquen en un Ford

por la calle cuarenta y dos…

Lo cierto es que muy pronto llamó la atención por su ductilidad, esa facilidad para adaptarse a todos los géneros y estilos, que le permitieron tantas interpretaciones. Su madre le acompañaba en todas partes, a modo de representante y cuidadora.

En la década de los cuarenta, formó parte de una compañía de variedades en gira por España, también gozó de una temporadita con la compañía de Miguel de Molina y se volcó de lleno en los actos festivos de la Magdalena, desde el primer día.

Gracias al maestro Eduardo Bosch, tuvo acceso a muchos originales de canciones y fue vocalista de las orquestas Orfeo, Tabú, Portolés y Melodic.

En unos años de fervor cinematográfico en torno a la inauguración el 16 de septiembre de 1941 del cine Saboya con La posada de Jamaica, de Hitchcock, aprovechó el tirón Rosita para ejercer como taquillera de los cines dentro del circuito de la Empresa S. Dávalos Masip, que le permitió serlo en los cines del Rialto, Azul y Avenida. Una taquillera singular.

Pero, de aquellos años, me llega también la imagen de Rosita como primera mujer que vi en bicicleta por las calles de la ciudad, con su innovadora falda-pantalón, todo un suceso para los chiquillos de entonces. También se la bautizó como la muñequita del varieté. Con gran popularidad.