Los macrofestivales con cientos de miles de visitantes pueden considerarse ya cosa del pasado. Pese a ello, la cultura se protege. El covid no puede con los microeventos, que brotan en este ilusorio 2020 como alternativa viable de futuro en tiempos de pandemia. El pequeño formato irrumpe para quedarse. De forma descentralizada y en espacios reducidos, llega el momento de cruzar la quincena de agosto con propuestas culturales de menores dimensiones, una realidad distópica a la que no queda otro remedio que adaptarse.

Ante este desafío, la eclosión de ciclos y pequeñas citas que han surgido entre los restos del naufragio causado por el coronavirus arrojan luz al circuito cultural de Castellón, que por el momento no volverá a erigirse tal y como lo conocíamos. El formato en petit comité adoptado en citas como las Nits d’Estiu de la Magdalena, el Mar de Sons del Club Náutico, el Jazz bajo las estrellas del Palasiet o los Directos frente al mar de Nudo Beach flota entre mares rizados como una alternativa viable de la mano de esforzados promotores locales e instituciones que pretenden arrimar el hombro para que la cosa no decaiga del todo, mientras el público les da oxígeno sobreponiéndose a la cascada de noticias sobre la proliferación de rebrotes y contagios.

Cambio de modelo

Más aún cuando las prohibiciones desde Sanidad se incrementan, tras conocer recientemente la decisión del Gobierno de cerrar las discotecas y rebajar el ocio nocturno, las micropropuestas toman las riendas. «La cultura no se para, hay que reactivar un sector que se ha visto afectado sobremanera por la pandemia, desde artistas, autores, técnicos, promotores, salas... lo han pasado realmente mal. Cambiar el formato es imprescindible para dar respuesta a los profesionales y sobre todo al público, con un mayor control de aforos y todas las medidas de seguridad mientras la crisis sanitaria siga activa», explicó la concejala de Cultura de Castelló, Verónica Ruiz.

La pandemia, que tumbó los macrofestivales de la provincia (FIB, Arenal y Rototom) como fichas de dominó, ha obligado a replantear el modelo de consumo cultural. Por un lado, las promotoras limitan casi a la mitad el aforo en sus eventos. En el Mar de Sons, el ciclo de conciertos que combina música y monólogos, donde podrían entrar 1.500 personas, el máximo es de 800. Está prohibido consumir en barra durante las actuaciones, los asistentes deben llevar mascarilla sin filtro y por megafonía recuerdan constantemente la higiene de manos. Por otro lado, los artistas bajan su caché y las instituciones inyectan partidas económicas para oxigenar al sector. Una simbiosis necesaria e indefinida en el tiempo. El director del Mar de Sons de Castelló, Juan Carlos Vidal, manifestó que este reseteo cultural supone una alternativa de futuro obligatoria.

Llega para quedarse

«Nos encontramos ante una nueva normalidad que viene para quedarse. Cada día es una historia nueva y con eso tenemos que luchar y trabajar. La rentabilidad no es la misma por muchas circunstancias; los aforos al mínimo, más gasto en limpieza, montadores o personal de vigilancia. Es un buen momento para que las instituciones se mojen y demuestren que quieren cultura de primer nivel», declaró Vidal a este rotativo.

Adelantaba a este diario la diputada de Turismo de la provincia, Virginia Martí, que el verano de 2020 pasará a la historia como el más complicado para el turismo. La llamaron Castellón, tierra de festivales por un motivo, y es que los conciertos multitudinarios suponen un reclamo internacional de primer orden. «Haremos todo lo posible para aguantar el tipo. Hemos invertido 2,8 millones en un plan de choque para paliar los efectos», declaró Martí.

La promotora castellonense Music is The Answer, de la que emanan otras citas como Arde Castellón en la Pérgola o el October Fest (ambos cancelados por el covid-19), se muestra positiva al considerar que es mejor esto que nada. «Si la pregunta es si resulta rentable, la respuesta es sí, porque si te quedas de brazos cruzados el beneficio es nulo; tienes que reinventarte y salir adelante. El hábito del ocio está cambiando, así que iremos adaptándonos. Parar no es una opción», apuntó Adrián Parra, project manager de la entidad.

En el horizonte, incertidumbre. Pero una cosa está clara: reinventar la cultura es posible.