Regenta desde hace 30 años el bar del pueblo más pequeño de la Comunitat Valenciana. José Ramón Segura fue de los que hace décadas decidió volver a sus orígenes, a Castell de Cabres, que cuenta con solo 19 habitantes. Allí da servicio a los vecinos, pero también a aquellos que suben a disfrutar de este bello enclave del Baix Maestrat que lucha por sobrevivir. Él reivindica el interior como filosofía de vida. Y es que la despoblación es la espada de Damocles de las zonas rurales de Castellón. Un problema que se arrastra desde hace décadas, pero que en los últimos años se ha disparado haciendo saltar todas las alertas, ya que la tasa de natalidad ha ido en caída libre.

Más de 40 localidades de la provincia no registraron ningún nacimiento el año pasado, como informó el diario Mediterráneo. Si no hay niños, no hay relevo y ni futuro. Un total de 79 de los 135 municipios de la provincia están incluidos en la lista de los pueblos en riesgo de despoblación elaborada por la Agenda Valenciana Antidespoblament (Avant). Las comarcas más afectadas son Els Ports, Alt Millars y Alt Maestrat, consideradas ya por los expertos como «desiertos demográficos».

Las cifras hablan por sí solas. Algunos pueblos del interior cuentan con menos de 10 habitantes por kilómetro cuadrado cuando la densidad media de población en la Comunitat es de 213 vecinos por kilómetro cuadrado. Actualmente, 86 localidades están por debajo de los 1.000 habitantes, de las cuales 50 cuenta con menos de 300 vecinos.

Problemáticas comunes

En todos los casos se da un conjunto de circunstancias en común: descenso demográfico, problemas de accesibilidad y escaso dinamismo económico, lo que comporta una falta de oportunidades que aboca a muchos, especialmente, a los jóvenes a buscar oportunidades en el litoral.

Ante esta disyuntiva, como han reclamado en reiteradas ocasiones los alcaldes del interior, así como sus vecinos, se hace necesario un plan multidisciplinar vertebrado a través de todas las administraciones y entidades públicas capaz de cambiar la tendencia. Para empezar a caminar en una posible solución se requiere la mejora en las condiciones de accesibilidad, especialmente referidas al transporte público; garantizar la prestación de servicios públicos, como la sanidad, la atención a la dependencia y la educación; mayores facilidades para recuperar el dinamismo económico, por ejemplo, a través de ayudas fiscales; y recuperar el valor de vivir en un pueblo, dignificándolo como un modo de vida totalmente alternativo y válido a las ciudades.

Exclusión financiera

A todos estos factores había que sumar otro que se había puesto de manifiesto en los últimos años: la exclusión financiera, es decir, el cierre de oficinas bancarias y cajeros automáticos atendiendo a cuestiones de rentabilidad, lo que imposibilitaba a muchos mayores el acceso al dinero en metálico cuando lo necesitaban si no tenían la posibilidad de desplazarse. En concreto, en la última década, la provincia ha pasado de tener 679 a solo 373, lo que supone una reducción del 55%. De ahí que ahora el Consell impulse, con el visto bueno de la Unión Europea, la instalación de cajeros automáticos en todos los pueblos, con el fin de corregir esta situación desfavorable.

En el problema de la despoblación hay que tener en cuenta que todos los ciudadanos, vivan donde vivan, tienen derecho a los mismos servicios públicos y esto no está sucediendo. Los vecinos de los pequeños pueblos reclaman acciones contra la despoblación, pero muchos rehuyen de dar una imagen triste y negativa de estos rincones que son auténticas joyas.