Una vida tranquila, de rutinas simples, puede convertirse en una pesadilla de la noche a la mañana. En la Llar Sagrada Familia --la residencia municipal de la Vall d’Uixó-- son tan conscientes de esta realidad que el hecho de estar libres de positivos por covid-19 no resta que estén viviendo esta crisis con una tensión y un miedo que comparten empleados y ancianos día sí y día también.

La historia que relata Marisol Silvestre, una de las auxiliares que trabaja en estas dependencias, podría ser la de cualquiera de sus compañeros, aunque con sus matices personales, los que la llevan a calificar de «muy valientes» a algunas de sus compañeras con familia en casa, hijos pequeños, minimizando su voluntad de encerrarse en la residencia en el caso de producirse contagios.

Que no hayan tenido positivos no quiere decir que estén exentos de sufrimiento. Ancianos totalmente aislados en sus habitaciones desde que se decretara el confinamiento general, familiares que no pueden visitarles, y profesionales de la geriatría que no son capaces de desprenderse del temor de ser portadores, de no poder proteger tanto como querrían, «porque siempre dudas incluso extremando las precauciones», como establecer turnos en los que las parejas no coinciden entre sí «en las tres miniresidencias que se han creado, una por cada planta», explica.

Hace poco tuvieron un susto: un usuario con fiebre. Diecinueve horas de corazones encogidos que Marisol pasó encerrada con el afectado hasta que se confirmó que no era coronavirus. Nunca antes se ha sentido tan útil.