Alas 8.00 suena el despertador natural. Sí. El que no tiene pilas. El que no necesita enchufarse a la red eléctrica. El que apenas requiere un pequeño rayo de sol para sonar con estruendo. ¡Mis hijos! Vienen en tromba a la habitación, nos dan dos besos de buenos días y salen corriendo en busca de sus tablets.

Desayunamos y nos ponemos con los deberes. Ni siquiera nos molestamos en abrir la web Mestre a casa. Nuestra fe en esa plataforma improvisada, anticuada y más propia de los años 80 que del siglo XXI es nula. Abrimos el correo electrónico del móvil y allí está, como cada mañana, el email que nos mandan desde el colegio.

Aprovecho que estamos todos en torno a la mesa del salón para encender mi portátil y comprobar algunos archivos, repasar textos y trabajar un poco. Poco. Muy poco. Desde casa apenas se puede avanzar nada. ¡Maldito virus!

Me doy una vuelta por las redes sociales y veo lo de siempre. Gente apoyándose en hechos, en argumentos, que con mayor o menor acierto critica la gestión gubernamental de esta crisis. Y gente que no argumenta, que solo insulta y defiende al Gobierno mientras sostiene un imaginario carné de buen ciudadano entre los dientes. ¡Qué malo es el exceso de ideología! Convierte a las personas en siervos del poder.

Mi hijo pequeño se ducha, se peina y se viste como un caballerete. Hoy tiene una reunión virtual con sus compañeros a través de Skype. Está ilusionado, y no es para menos. La vida social se ha reducido a esto. ¡Bendita tecnología!

Después me dedico a leer memes. Ya saben, esos chistes caseros, cargados de crítica social, generalmente sarcásticos que muestran el ingenio de este país. La verdad es que los hay brillantes. Uno que me hace mucha gracia dice: «Hay que joderse. En apenas dos meses de gobierno socialcomunista ya vamos todos en chándal. Como en Venezuela». No sé quién es el autor, pero es un fenómeno.

Otro, más duro, mucho más duro, sentencia: «Hay que ver con los de las cunetas. Querían enterrar con dignidad a sus bisabuelos y han acabado enterrando a sus abuelos en un repugnante silencio gubernativo». ¡Joder! Este es muy duro.

Otro dice así: «En mi barrio no hay mascarillas, guantes ni alcohol. Justo lo que el Gobierno ha intervenido. Imaginen que Sánchez hubiera intervenido los alimentos. Estaríamos comiéndonos el cuero de los sofás». No es muy gracioso ni original, pero su carga de profundidad es tremenda.

En uno de mis favoritos aparece Leonardo DiCaprio sonriente, sosteniendo una copa de champán, y el texto dice: «Brindo por aquellos que creen que podrán salir a la calle la semana que viene». Es toda una declaración de creencias.

En otro meme en el que aparece la imagen del ministro Garzón se puede leer: «Según el ministro de Consumo, ha bajado el consumo de alcohol en los bares». Este me parece magnífico. Hace referencia, sin decirlo, a la rueda de prensa vergonzosa en la que Garzón afirmó, como si dijera algo épico, que desde que no hay competiciones deportivas se han reducido las apuestas deportivas. Brillante.

Y así paso la mañana. A veces riendo, a veces no. A veces indignándome, a veces no. A veces estremeciéndome, a veces no. Pero admirando la capacidad creativa de este país.

Dedicamos la tarde al cine. Mis hijos quieren ver King Kong. Yo quiero ver Ozark y mi mujer La casa de papel.

El día termina sin que haya escrito ni una sola línea de mi nueva novela. ¡Maldito virus!

*Escritor