Los orines de los perros se han convertido en un problema de convivencia ciudadana. Ensucian la vía pública y generan un problema de malos olores y corrosión. Ante esta situación, la inventiva popular ha ido desarrollando distintas alternativas. La última, poner en los portales de las viviendas garrafas o botellas de plástico con agua, que ha ido extendiéndose de norte a sur de la provincia como una mancha de aceite. ¿Funcionan o son una moda pasajera?

Inma Martínez, de la clínica Veterinaria Sant Antoni de Castelló, lo tiene claro. «No sirve para nada. De hecho, hay perros que incluso orinan encima. Hay quienes pintan de amarillo la botella para asemejarlo al orín», indica. ¿Y la opción de echar polvos amarillos, es decir, azufre? «De hecho está prohibido, no se debería gastar», añade.

«La única medida que funciona es la responsabilidad y educación del propietario», indica Martínez, quien recuerda que, por ejemplo, el Ayuntamiento de Castelló ha repartido botellas de plástico con el fin de concienciar de la importancia de que los dueños de los perros limpien los restos de los orines con la botella, dentro de la cual deben poner agua y vinagre. Con esto el Ayuntamiento pretende evitar que el perro manche el mobiliario urbano, fachadas de edificios o comercios y de dirigirse a uno de los nuevos parques y áreas de esparcimiento canino de la ciudad para que puedan hacer sus necesidades y relacionarse con otros animales.

En la misma línea, Laura Expósito, fundadora y presidenta de la Protectora Por una Manada Feliz señala: «La solución pasa por el humano que lo guía. No serían necesarios tres millones de botellas de agua cada cuatro calles. Solo es necesaria una dosis de civismo». Añadió que el azufre es venenoso para perros y niños. «Ya está prohibido el vertido en sus fachadas», aseguró, invitando a denunciar esta práctica si se detecta.

Algunos consistorios de la Península también han tomado medidas contra las garrafas antiorines. Es el caso de la corporación de Vila-seca (Tarragona), que este otoño envió una carta y solicitó a los residentes de una calle que las recogieran o, en su caso, serían retiradas por la empresa concesionaria de la limpieza viaria de la localidad.

Sin embargo, los defensores de las botellas espantaperros confían en que el reflejo del agua embotellada ahuyente a los canes, haciéndoles desistir en su propósito de descargar la vejiga.

Los vecinos que han recurrido a esta medida dicen estar cansados de la falta de civismo de los irresponsables dueños de mascotas, que los pasean por el lado de las fachadas permitiendo que hagan sus necesidades y no limpiando los restos. Otros, en cambio, usan las botellas ante la creencia de que ayudan a mantener alejadas moscas y mosquitos. Y este sería otro debate...