En cada segundo se libra la dura batalla entre la vida y la muerte. Luchar contra un virus que aún resulta desconocido es una tarea ardua, complicada y entregada a la que se dedica desde el pasado mes de marzo el equipo de profesionales de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital General de Castelló. Un grupo de ellos está destinado por completo a la UCI covid con acceso restringido y protegido. Mediterráneo se adentra en este espacio de la mano de los sanitarios que a diario constatan la dureza y soledad del coronavirus.

La presión asistencial ha obligado a habilitar nuevos espacios y la UCI covid se divide entre su ubicación habitual, con cinco personas ingresadas, y la zona de rehabilitación reconvertida, donde se atiende a diez pacientes. Allí por una pequeña ventana blanca se comunican los profesionales con equipos de protección individual (EPI) con sus compañeros. Los turnos son de 12 horas, pero se dividen en franjas de cuatro porque resulta muy complicado asistir con estos trajes especiales. Por esa ventana se observa a los enfermos, personas que posiblemente nunca imaginaron estar allí. No todos son mayores, también hay que tienen entre 50 y 60 años. La tristeza se adueña de quien no está acostumbrado a ver esa dura realidad, pero también la esperanza porque muchos de ellos saldrán adelante.

Justo en la ventana haciendo tareas de apoyo hay un sanitario. Es Diego Segarra, un técnico en cuidados auxiliares de enfermería. Lleva desde marzo en la UCI covid, nunca hasta ahora había trabajado con enfermos críticos. A sus 25 años, cuando saltó la pandemia, dejó lo que estaba haciendo para ocupar este puesto. A ello le llevó «la vocación profesional». «Estamos en la lucha, en la guerra», señala Segarra, quien reconoce que la carga de trabajo ha sido muy importante.

Muy cerca en una sala contigua hay un grupo de enfermeras y auxiliares esperando a hacer el relevo a los sanitarios que están dentro. Ahí está la enfermera Carmen Agost, quien lleva más de 20 años en la UCI del General. «En marzo no sabíamos lo que era, los pacientes llegaban muy graves, el personal de refuerzo era nuevo, sin experiencia, y había que enseñarles, por lo que el estrés es doble. Por un lado, el laboral y, por otro, el emocional». Y es que uno de los principales problemas a los que se enfrentan es ese, la escasez de enfermeras que existe y el hecho de que sean pocas las que conozcan la rutina diaria que exigen los cuidados para críticos.

Revés emocional

«Los compañeros nuevos y los veteranos hemos dado más de un 100%», asegura, al tiempo que reconoce que a nivel psicológico la lucha contra el covid les está pasando factura. «Yo tengo pesadillas con situaciones que hemos vivido». «Ver a los pacientes solos es muy duro, solo nos tienen a nosotros. Le hacemos videollamadas con las familias, a los que pueden, y es un momento muy complicado», relata. Este es el único instante que aquellos con cierta conciencia salen del aislamiento y la soledad. «Les cogemos la mano y los traquilizamos», señala Agost.

«Nuestra mayor alegría es dar altas, pero algunos desgraciadamente no superan la enfermedad y fallecen. La gente se piensa que no es nada, que no te va a tocar, pero debe saber lo qué está pasando. Esta Navidad hay que estar en casa, porque no podemos permitirnos una tercera ola», remarca.

Pacientes jóvenes

Al lado está el doctor Pedro Lorente, quien lleva una década en el servicio. Reconoce que han ido aprendiendo según transcurría la pandemia para dar una respuesta clínica y humana a los pacientes críticos. «Nos queda mucha batalla aún por dar», insiste el doctor, quien constata que el perfil de los pacientes ha cambiado y cada vez son más jóvenes y sin enfermedades de base. «Hoy vamos a valorar a un paciente de 20 años para ver si lo pasamos a cuidados intensivos», afirma este médico.

Aunque siguen habiendo muchos interrogantes sobre el coronavirus, en el día a día hay nuevas constataciones clínicas sobre técnicas que posibilitan cierta mejoría en algunos enfermos, como la administración de corticoides o evitar la intubación colocando el llamado casco Helmet, un dispositivo de ventilación mecánica no invasiva. Una especie de burbuja.

En la UCI sorprenden las reticencias con la futura vacuna del coronavirus. «Yo siempre digo que me vacunaría de la primera, de la segunda y de todas, de las que haga falta. Solo la vacuna nos puede ayudar a combatir esta realidad tan triste», apunta el doctor.

Este equipo de sanitarios lucha a diario por salvar vidas, liderados por quien ya es un referente en el servicio, la médico intensivista Amparo Ferrándiz. Ella se infectó de covid y a sus 69 años sigue al frente de la UCI, donde entró hace casi 35 años. .

Estos son algunos de los profesionales de un amplio equipo de 219 sanitarios que trabaja codo con codo. Rechazan ser considerados héroes, pero su profesionalidad y entrega despiertan una admiración y gratitud infinitas.