Primero fue una sensación de angustiosa orfandad. Después un sarpullido de imágenes vitales tal vez con la pretensión de dominar al tiempo, recuperarlo, para darle aquella noche sin sueño la cadencia más conveniente. Y sin saber porqué, la certeza de que nunca me he parado a contemplar las hojas de los naranjos.

Tal vez no lo he hecho porque siempre están ahí, renovándose como si al árbol le horrorizara su desnudo y antes de dejar al aire el brazo de una rama, le da vida a otra hoja que venga a sustituir a la que ha caído. En cambio cada año espero el azahar y lo huelo y lo mimo, porque el azahar es efímero y sé que hay un día en que todo el árbol empieza a blanquearse con diminutos pomos blancos, como blanquísimos manos cerradas. Y otro día, sin avisar, esas manos se abren y completan el aire como la singular escultura de Juan Ripollés.

La vida del azahar es efímera; al poco de abrirse, antes de dejarle sitio al fruto, se deshoja y deja a los pies del árbol una nevada olorosa. Y eso nos habla del tiempo, de su valoración.

--Nosotros los médicos --me decía aquella tarde uno de ellos, entrañable amigo de Paco--, podemos hacer diagnósticos pero no pronósticos. No conocemos el tiempo totalmente.

A Paco Pascual le faltó tiempo, pero su biografía está llena de hechos que demuestran su infinito amor a este pueblo y a las gentes de esta tierra. Con hechos.

ENCUENTRO. Yo hacía teatro con un grupo de amigos en la cochera del palacio del Obispo. Estábamos cerca del año cincuenta y él venía los domingos por la tarde de la mano de sus padres siendo un niño, al que volví a encontrármelo diez años después acompañado esta vez de José María Arquimbau y Julián García Candau cuando los tres se bebían a sorbos la primera ilusión del periodismo profesional con crónicas deportivas y de espectáculos, mundo en el que yo me movía entonces. Paco colaboraba en Mediterráneo y qué ilusión le hizo conocer y entrevistar a Manolo Vicent, un ídolo para él en lo literario… con sus libros.

Cuando se incrementó la relación adquiriendo ya carácter de cordial amistad, fue cuando en 1964 Paco ingresó como auxiliar de redacción del periódico. Su director, Jaime Nos, colaboraba con los Armengot y don Carlos Espresati --y yo con todos ellos-- cuando creamos el Premio Armengot de novela corta. Jaime gozaba de hacer participar a Paco en todo aquello.

Ahora recuerdo que Paco sabía de todo. Yo me preguntaba a veces ¿cómo lo sabe? Claro que no tenía que haberme sorprendido, ya que hay arqueólogos que hablan impávidos de lo que era el ser humano hace cientos de miles de años, muy al principio.

Cada año renovaban su azahar los naranjos y el tiempo marcaba su compás sin detenerse. Jaime Nos lo nombró redactor del periódico en 1967, pero lo que anunció Paco solemnemente es que se iba a casar con su novia, Tica Ventura. Por indicación de José María Marcelo, el periódico ascendió a Paco Pascual como redactor jefe. Corría el año 1977, pero lo que me contó Paco es que iba a nacer su hija Beatriz, que sería nombrada reina infantil de la Magdalena en 1987. Antes, aparecieron los días del nuevo periódico Castellón Diario, del que Paco fue nombrado director y salió a la calle el 23 de mayo de 1982. Años después decayó la nueva aventura editorial y Paco aceptó la propuesta de Radio Castellón SER, emisora a la que se incorporó como jefe de informativos en 1991 para ingresar después en la Diputación como jefe del gabinete de prensa, donde se jubiló laboralmente por razones de salud, aunque seguía colaborando con la Confederación de Empresarios y la agencia EFE periodística.

NUEVO LIBRO. En 1984, con el profesor Sánchez Adell, creamos la publicación Castelló Festa Plena. Y desde entonces ha recibido el nombramiento y el homenaje de todos los sectores festeros de Castellón, culminando con la Primera Medalla de las fiestas.

Consciente de que el trasplante de pulmón tenía fecha de caducidad, los últimos tiempos de su vida, los vivió intensamente. Con pasión. Como las hojas de los naranjos, que sembraron la tierra después de su historial nada efímero. Tan fecundo… Y es que era un Boira y eso es muy significativo entre la gente de Castellón.

Paco traía a colación muy a menudo la historia de aquella escritora que dejó escrito y lo comentaba muy a menudo algo así como que Castellón es una de las ciudades de provincias «en las que nunca pasa nada». Dicen y ha quedado como un hito que, en otro momento, el maestro Azorín, al conocer y valorar la labor de la Sociedad Castellonense de Cultura, afirmó más o menos que el meridiano cultural de la región valenciana pasaba por esta ciudad. Recuerdo con una sonrisa que Paco acababa esas historias tan nuestras con la siguiente exclamación: «¡Y vaya si aquí han ocurrido cosas en los últimos cien años...!».