El Viernes Santo ayer plasmó con todo su esplendor el porqué la Semana Santa de Castellón está declarada Fiesta de Interés Turístico Provincial. Los días pasionistas de la capital de la Plana tienen de todo, en una mixtura de sentimientos, belleza cromática y arte mayestático. Singularidades, rituales, protocolos, elementos diferenciadores y vivencias de fe y sentimiento en un silencio evanescente y que sobrecoge.

Desde las estampas barrocas de la Muy Ilustre Cofradía de la Purísima Sangre, mater y magistra de las congregaciones penitenciales, al intenso fervor devocional del Cristo de Medinaceli, la fuerza arrolladora blanca y carmesí de Paz y Caridad y sus hermanos, la sencillez pasmosa de la Venerable Orden Tercera, o la elegancia penitencial de Santa María Magdalena y su porte marcial.

Cofradías y hermandades que desfilaron en la magna procesión general del Santo Entierro, con sus imágenes titulares, el ronco sonido de los bombos y tambores, grupos de antiguos legionarios y su crucificado, y escenas de origen remoto como les banderoles de la Purísima Sangre, de resonancias diociochescas, a imagen y semejanza de la llamada Trencà del Guió en Elx.

A media tarde, cuatro de las cinco cofradías de la ciudad iniciaban sus traslados para converger en la plaza Mayor que se convertía en epicentro de la piedad popular y la espiritualidad, en un ejercicio de perfecta coordinación de la Junta Local de Cofradías presidida por Ximo Borrás.

EL ‘SANT SEPULCRE’ //

Casi al mismo tiempo, en la capilla gremial de la Sangre tenía lugar la solemne bajada del Sant Sepulcre, con la presencia del vicepresidente de la Diputación y diputado delegado de Cultura Vicent Sales, en uno de los momentos más emotivos para los clavarios de la Muy Ilustre, en una ceremonia de hondo arraigo entre los católicos castellonenses. Después, el traslado de las imágenes de la Sangre a la plaza Mayor, con una entrada majestuosa por la plaza de la Hierba abarrotada de fieles.

Así, a primeras horas de la noche, y en medio de un silencio estremecedor, recorría la más importante de las procesiones de la semana santa capitalina, encabezada por el Cristo de Medinaceli y su monumental trono de corte andaluz; seguía la desoladora imagen del Nazareno, entre el perdón y la gloria; el paso triunfal de la Magdalena; el Cristo de la Esperanza y La Piedad, la Virgen de la Soledad, Nuestro Señor en el Huerto, la Dolorosa de Adsuara y el catafalco de un Cristo Yacente, anónimo del siglo XVII, sancta sanctorum de la cristiandad castellonense, en la cronología de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo en clave ancestral.

Y muchos nazarenos, cruces, banderas, insignias, cera, penitentes, mantillas, guantes negros, rosarios, dolor, luto... Mientras, la Banda Municipal maceraba con la Marcha Fúnebre de Chopin un día de llanto. De arte. De liturgias y adarves de piedad.

Las calles eran un bullicio que enmudecía al paso del cortejo. Castellón era Viernes Santo. //