La vida en el pueblo ya no es como antes. Hoy en las casas de los municipios del interior de la provincia existen todo tipo de comodidades, el acceso a internet es generalizado y rara es la localidad, por muy pequeña que sea, sin piscina o polideportivo. Sin embargo, sigue pululando la idea de que solo se quedan los que no valen para estudiar en la Universidad. O los que solo sirven para manejar el tractor y recoger aceitunas. Es una sensación equivocada. Porque aunque quienes viven en el interior de Castellón son cada vez menos y más viejos, también los hay que van a contracorriente. Son jóvenes que han estudiado y han decidido emprender, arriesgarse, abrir las puertas de un pequeño negocio e incluso crear empleo. Y no lo han hecho ni en Valencia, ni en Barcelona, ni en Castellón. Lo han hecho en un pueblo y se sienten orgullosos de ello.

Marc Prades forma parte de ese grupo de profesionales que se niega a vivir y a trabajar en una gran ciudad. Y habla con conocimiento de causa. Vivió una temporada en Barcelona y supo bien lo que es el estrés y las prisas. Así que decidió regresar a sus orígenes, a Rossell. Allí reside y allí, también, trabaja. Porque a Marc le van muy bien las cosas. Diplomado en Turismo por la Universitad Jaume I (UJI) de Castellón y licenciado en Comunicación Audiovisual, este joven de 31 años, que fue estudiante Erasmus y se sacó un posgrado, es fotógrafo de bodas y comuniones y ejerce su profesión sobre todo en la zona norte de Castellón y en el sur de Tarragona. «Es una suerte poder emprender y encima vivir en la localidad en la que naciste, junto a tu familia y a los amigos de toda la vida. Tiene muchas más ventajas que inconvenientes», comenta.

Pese a que la vida le sonríe, Marc es consciente de que forma parte de una minoría de emprendedores. «Es una pena, pero los municipios del interior se están apagando poco a poco. La mayoría de los jóvenes de Rosell, Canet o Traiguera se van a vivir fuera, sobre todo, a Vinaròs. Todo se focaliza en el litoral, todo va dirigido a los municipios más grandes, y los que nos quedamos somos cada vez menos. Basta con darse una vuelta y ver la cantidad de casas vacías que hay y que podrían cederse para que los pueblos no se queden sin gente», apunta.

LO MEJOR, LA CALIDAD DE VIDA

Un poco más al interior, en Morella, reside y trabaja Lara Adell. Aunque nació en Valencia, su abuelo era de la capital de Els Ports y ella ha vuelto a reencontrarse con una parte de sus orígenes. «Mi abuelo se emigró y abrió un negocio de textil en Valencia. Mi padre siguió con la tienda y yo decidí hacer lo mismo pero en Morella», cuenta la propietaria de Hogar Textil Adell.

Lara no cambiaría su vida en Morella por ninguna otra. «La calidad de vida no tiene comparación. Todo son ventajas, la tranquilidad, el paisaje, los amigos, la vida social... Solemos viajar constantemente a Valencia para ayudar a mi padre en el negocio, pero cuando llegamos al pueblo siempre decimos ¡qué bien se está aquí!», explica. La única pega, por ponerle alguna, es que hay gente que piensa que tener una empresa en el interior es como tenerla en otro planeta. «El 90% de los representantes textiles que nos visitan en Valencia, todavía no han venido a Morella porque dicen que está demasiado lejos», resume.

Pilar Trigueros tampoco disimula lo orgullosa que se siente con su su negocio y su vida en el pueblo. Licenciada en Farmacia, esta alicantina de 43 años es desde marzo del 2015 la titular de la botica de Costur. A este municipio de apenas 580 habitante llegó tras haber trabajado en una farmacia en Alicante y otra en Alaquàs. «Lo mejor ha sido la excelente acogida de los vecinos. Aquí la gente es maravillosa. Enseguida nos hicieron sentir como una familia más», explica. Pero quien más ha salido ganando es su hijo, de tan solo nueve años. «En Costur tiene una infancia que en una ciudad es impensable».

Ser titular de una farmacia en un pueblo es, no obstante, más complicado de lo que parece. «Tenemos los mismos gastos y obligaciones que una farmacia de Castellón, pero los ingresos no tienen nada que ver», describe. «¿Lo positivo? Sin duda que el trato con los pacientes es muy cercano? La parte negativa es que estoy sola en el negocio, no tengo vacaciones y cuando tengo que hacer alguna gestión no me queda otra que cerrar».

La de Natalia Sales, Juanvi Ferrer y Álex Adell es también otra historia de éxito. Son los fundadores de Lajuana, una empresa asentada en La Salzadella y dedicada a la fabricación de alpargatas de diseño. «Aquí estamos bien. Nuestro producto es muy artesanal, muy meticuloso y encaja muy bien con la tranquilidad y el nivel de vida de una localidad pequeña», asegura Natalia. LaJuana vende online y sus alpargatas pueden encontrarse en tiendas de medio país. Podrían diseñar y fabricar en una ciudad, quizás sería más cómodo, pero ellos también prefieren el pueblo.