Ya sé que cada vez cuesta más ir a votar. Proclamas como «no nos representan» o «no en mi nombre», resuenan en nuestra cabeza. Parece que, una vez más, van a ser los votos de castigo, los separatismos y los manejos en las redes, quienes inclinarán la balanza. Seguro que el resultado no será el deseado, pero desde el sofá poco se puede hacer.

Nuestros políticos, tras una campaña de acoso y derribo, sin piedad y soltando las barbaridades más atroces, se han moderado esta semana y convertido en pragmáticos y dialogantes. Pero seguimos sin saber qué proponen, qué pretenden hacer, cuándo y cómo: con las políticas públicas de educación e investigación; con las listas de espera y con el deterioro de la sanidad; con el futuro de las pensiones; con la atención a los más vulnerables; con la creciente pobreza y falta de oportunidades; con empleos que apenas duran una semana, etc. Tampoco nos dicen qué necesitamos cambiar de una transición que parece eterna.

Pero la responsabilidad siempre es compartida, es corresponsabilidad. Si tenemos unos políticos mediocres que actúan a golpe de sondeo, encorsetados por sus directores de campaña, es porque nos faltan muchos votos. Nuestros políticos son resultado de un demos vulgar y absentista que, a su vez, es consecuencia de una falta de educación democrática y de la manipulación de la publicidad. Si queremos mantener y mejorar nuestra democracia, debemos cambiar nuestra actitud, romper este círculo vicioso. La indignación no justifica la desidia. Votar es solo el primer paso, pero sin él no hay democracia.

*Catedrático de Ética